La Liga de los Hombres Misteriosos nº09

Título: El enemigo interno (IX)
Autor: Raúl Montesdeoca
Portada: José Baixauli
Publicado en: Noviembre 2014

El Capitán Futuro, Ki-Gor y el resto de la Liga, se internan en la base oculta de El Mago, tratando de impedir los planes para desplegar a los Ángeles Negros ¿Podrán detener al villano antes de que lo logre? ¡Descubrelo!
Antes de los superhéroes fueron los Hombres Misteriosos. Y esta es la historia de cuando los hombres y mujeres más grandes de su época se reunieron por primera vez ... y el mundo cambió para siempre.
Creado por Raúl Montesdeoca y Carlos Ríos

-Curtis, deberías ver esto.

La voz con reverberaciones metálicas procedente del sintetizador de voz de Simon Wright sacó al Capitán Futuro de su concentración. Miró a su viejo amigo, a lo que quedaba de él al menos. Simon Wright era con bastante probabilidad la mente más brillante de toda la galaxia. Había conseguido burlar a la muerte conservando su cerebro en un contenedor antigravitatorio y autopropulsado diseñado por él mismo. No era de extrañar que en todo el sistema solar y muchos de sus enemigos le llamaran el cerebro viviente. O lo harán en el futuro cuando regresen a su propio tiempo.

-¿Qué sucede? -preguntó el capitán, cruzando el laboratorio para acercarse a la consola de datos

-Estaba haciendo el seguimiento de la posición de los Ángeles Negros. He conseguido acceder a la red de comunicación a través del cerebro mecánico del robot que nos trajo Black Bat. No puedo transmitir, los seguros del sistema son lo mejor que he visto nunca. Pero sí puedo recibir, y eso me ha permitido triangular sus posiciones.

-Un avance más que notable.

-Eso no es todo. He volcado los datos de sus posiciones sobre este mapa electrónico, son esos puntitos rojos que puedes ver en la pantalla. -dijo el profesor al tiempo que movía los tentáculos que portaban sus sensores externos en dirección al aparato

Curtis Newton se fijó en un mapa de los Estados Unidos en el que se veían repartidos unos doscientos pequeños puntos que brillaban en la pantalla y que representaban la posición de los temibles robots de combate. La mayoría de ellos se concentraban sobre la capital en Washington, donde los golpistas habían establecido su cuartel general.

-Mira lo que ha sucedido hace un minuto. -dijo Simon Wright

Lo que vio le dejó helado. El cronómetro sobreimpreso comenzó a retroceder y durante unos instantes hubo una metafórica explosión de puntos rojos situados sobre algún lugar del sur de Florida. Casi dos mil señales había registrado el programa de seguimiento. Tan sólo unos segundos porque poco después volvieron a desaparecer.

-¿Qué es lo que crees que ha pasado? -preguntó el capitán a su socio y mentor aunque ya tenía sus propias sospechas

-Es imposible que el programa haya tenido alguna malfunción, lo he comprobado. Lo que hemos visto son las señales de dos mil nuevos Ángeles Negros. -explicó con su voz átona el cerebro sin cuerpo de Wright

El hombre al que llamaban Capitán Futuro quedó unos instantes en silencio con el ceño fruncido pensando en las siniestras posibilidades que aquello implicaba. Con doscientos Ángeles Negros Nielsen y sus aliados fascistas se habían hecho con el control del gobierno de la nación, con dos mil podían dominar el mundo.

-Están construyendo más de esas máquinas asesinas. Apostaría a que lo que hemos visto es una prueba de conexión. Tenemos que detenerlos.

Curtis Newton no perdió un segundo. Imprimió una copia de lo que se mostraba en el monitor y sin despedirse de Simon se dirigió a la zona de la hidrobase que ocupaba de manera accidental el Departamento G, un grupo de agentes de élite a las órdenes del presidente. Después del golpe de estado de Nielsen, aquel grupo de hombres y mujeres eran la primera línea de defensa del legítimo gobierno de la nación. Un gobierno que se había visto obligado a exiliarse también en La Isla, la impresionante base marina construida por los Futuremen.

Entró en el despacho del presidente Roosevelt sin que ninguno de los agentes que lo custodiaban se inmutasen lo más mínimo. Al fin y al cabo eran sus invitados y el capitán era persona de total confianza.

El primer mandatario revisaba una serie de informes y de pie a su lado se encontraba el hombre fuerte del servicio secreto, el agente X. Una vez dentro, Curtis Newton dejó la foto impresa sobre la mesa y la arrastró suavemente hasta ponerla delante del presidente.

-Sé que no eres muy dado a la interacción social. Así que si te has molestado en venir hasta aquí seguro que se trata de algo serio. ¿Qué se supone que estamos viendo? -preguntó Roosevelt

-Cada uno de esos puntos señaliza la posición de los Ángeles Negros. Los que se encuentran sobre Florida aún no están operativos, pero me temo que lo estarán muy pronto. -le explicó el capitán

La primera reacción del hombre de las mil caras fue pensar que debía tratarse de un error, que aquello no era posible. Pero tenía delante a una leyenda de la ciencia llegada desde el futuro, habría sido un insulto a su inteligencia sólo mencionarlo.

-Quizás debamos pedir a G-8 y sus ases de batalla que borren ese lugar del mapa con los prototipos de las nuevas bombas blockbuster. -aconsejó X al presidente

-No -interrumpió el Capitán Futuro-. Debo ir allí en persona. Si consigo entrar en el sistema de comunicación que usan las unidades Ángeles Negros podré desactivarlas y destruirlas.

Franklin Roosevelt frunció el ceño.

-¿Y si no lo consigue, capitán? ¿Podemos asumir ese riesgo?

-Deme algo de tiempo. Déjeme intentarlo al menos. -pidió Curtis Newton

Tras pensarlo unos instantes, el presidente concedió:

-Cinco horas y ni un minuto más. Desplegaremos a los Ases de Batalla lo bastante cerca para que lleguen a tiempo si algo va mal, pero tendremos cuidado de no acercarnos demasiado para que no nos detecten hasta que acabe su plazo.

-Muchas gracias, señor. -dijo el Capitán Futuro

Cada segundo contaba, por eso el hombre del futuro no perdió ni uno solo. Dejó el despacho y se dirigió al hangar donde dormía el Mantarraya-II.

En el despacho presidencial, Roosevelt miró a X.

-Quiero que vayas con él. Si el capitán logra desactivar a esos robots asesinos y no hay riesgo de que acaben en manos enemigas, deberás asegurarte de que no sean destruidos. Esa puede ser el arma que dé la ventaja a nuestra nación. Tarde o temprano, la guerra que asola más de medio mundo nos alcanzará. Y cuando eso ocurra, quiero estar seguro de que la ganaremos.

-A sus órdenes, señor presidente. -fue la escueta respuesta del agente X

En un antiguo fortín español que databa de los días de la primera guerra seminola, escondido en las profundidades de los Everglades, se hallaba el misterioso científico conocido simplemente como El Mago. El lugar había sido acondicionado para poder albergar todo el avanzado equipo técnico y los aparatos electrónicos que necesitaba para su trabajo. Dos mil nuevas unidades de los Ángeles Negros estaban casi listas para su utilización.

El Mago revisaba en su espartano habitáculo de manera obsesiva bases de datos, informes, previsiones y todo tipo de documentación. Quería estar absolutamente seguro de que nada fallase. Su plan estaba muy cerca de cumplirse.

Eso hacía que mereciese la pena todo el tiempo que había tenido que actuar como un sirviente de los despreciables humanos. Aunque había que reconocer que tenían su utilidad. Los pomposos patanes del Tercer Reich le habían proporcionado el dinero y los materiales necesarios para la construcción de un imparable ejército robótico. Y lo había hecho, vaya que sí.

El único detalle que no conocían los alemanes y sus aliados es que no había construido aquella formidable fuerza de combate para ellos. Se vio obligado a entregar a Harold Nielsen las primeras doscientas unidades para convencer a los nazis de que siguiesen invirtiendo dinero en el proyecto. Pero ahora tenía el poder necesario para cumplir su venganza sobre su más odiado enemigo, el Capitán Futuro.

El intercomunicador zumbó con su desagradable sonido. Odiaba las interrupciones y sobre todo odiaba tener que tratar con los humanos.

-Señor, el mayor Karl von Schmidt se encuentra en nuestras instalaciones y desea hablar con usted. -le anunció una voz

-Comuníquele que me reuniré con él en breve en los almacenes. -respondió con sequedad el científico

Conocía bien al mayor. Había sido El Mago quién salvó la vida de von Schmidt cuando recibió de lleno la explosión de una granada dirigida al mismo Adolf Hitler en un atentado. Su cuerpo había quedado destrozado. Era un milagro que continuara aún con un hálito de vida en aquellas lamentables condiciones. El Führer quedó impresionado con la valentía del soldado e insistió en que se hiciera todo lo posible para salvarlo. Una oportunidad de oro para demostrar a los nazis lo que era capaz de conseguir.

No sólo consiguió evitar la muerte de von Schmidt sino que lo mejoró, según su retorcido sentido. Sustituyó las partes de su cuerpo que resultaron irrecuperables por complejas prótesis metálicas, convirtiendo al militar en un híbrido humano-máquina. Eso le había valido el apodo por el que era conocido, Mandíbula de Hierro. Pues la mitad inferior de su rostro estaba formada por una quijada metálica, armada con afilados dientes de acero que eran capaces de cortar cualquier metal.

El Mago se enfundó su pesada túnica escarlata adornada con intrincados grabados en oro. Antes de dejar su habitación ocultó su rostro bajo la máscara de cristal de espejo que siempre lucía cuando se dejaba ver en público y cubrió sus manos con unos guantes de color negro. Recorrió silencioso los pasillos que llevaban a los almacenes donde se custodiaban las unidades de Ángeles Negros.

Cuando llegó allí ya se encontraba en el lugar el mayor von Schmidt. Su presencia era intimidante con sus más de dos metros de altura y su robusta complexión. Llevaba el uniforme negro de las SS alemanas en el que destacaba el brazalete rojo con la cruz gamada sobre la manga de su brazo izquierdo.

-Heil Hitler. -saludó el mayor cuando se percató de la llegada del científico

-¿A qué se debe su visita? -preguntó con voz impasible El Mago, obviando por completo el saludo nazi

-Vengo a comprobar los avances en la producción. En Berlín están deseosos de poder disponer de las nuevas unidades de Ángeles Negros. El Führer quiere emplearlas en su campaña para acabar con los malditos bolcheviques rusos.

El Mago sonrió burlonamente bajo su inexpresiva máscara. Le parecía tan absurdo que los alemanes se creyeran una raza superior cuando todos los humanos eran una subraza despreciable. Un error evolutivo a lo sumo.

-Están preparados para la batalla.

-¡Excelentes noticias! -exclamó con su vozarrón von Schmidt-. Daré la orden para que vengan los submarinos de la Kriegsmarine y comenzaremos a embarcarlos para Europa en veinticuatro horas. El Führer estará más que satisfecho.

El Mago quedó en silencio durante unos momentos hasta que finalmente dijo:

-Tenemos un pequeño problema con eso.

-¿A qué problema se refiere? Usted mismo dijo que las unidades estaban listas. -preguntó con extrañeza Mandíbula de Hierro

-Y lo están. Pero estos robots no serán para el Tercer Reich. Tengo otros planes para ellos.

El mayor von Schmidt lanzó una mirada asesina a su interlocutor. No daba crédito a lo que estaba oyendo.

-¿De qué demonios está hablando? ¿Se trata acaso de una broma pesada?

-En absoluto, mayor. Los Ángeles Negros me servirán sólo a mí. -respondió desafiante El Mago

Karl von Schmidt apretó con furia su puño metálico, produciendo un desagradable y amenazador chirrido metálico.

-No sé qué es lo que pretende. La construcción de esos robots ha sido financiada por el Estado alemán. Irán a Alemania tal y como habíamos pactado. De lo contrario aténgase a las consecuencias.

Para reafirmar su amenaza dio un chasquido con sus dientes metálicos.

El Mago no se dejó impresionar.

-¿Y qué es lo que piensa hacer para evitarlo?

Esa había sido la última gota que había colmado el vaso de la escasa paciencia de Mandíbula de Hierro.

-¡Arrancarte los brazos y separar tu cabeza del cuerpo! -bramó mientras se lanzaba a la carga contra El Mago

El enmascarado líder científico del Tercer Reich permaneció impasible. Se limitó a apretar el botón de un pequeño emisor que tenía en su mano derecha y de inmediato el mayor von Schmidt cayó al suelo como un tronco talado en el bosque, completamente inmóvil.

-Yo fui quién te construyó Karl. Yo te devolví la vida cuando se te escapaba a borbotones de esa débil y patética carcasa humana. ¿Acaso crees que puedes atacar a tu propio padre? -se burló El Mago

Mandíbula de Hierro no respondió. No podía hacerlo. Era incapaz de mover un solo músculo de su cuerpo, ni siquiera sus servos metálicos respondían a las órdenes de su cerebro. Se hallaba completamente indefenso. Podía seguir viendo y oyendo, pero poco más. En sus ojos se adivinaban la rabia, la furia y la impotencia que sentía en aquel instante. Unos sentimientos muy humanos que desentonaban en un rostro cuasi mecánico como el suyo.

-Tendrás un asiento de primera fila para ver la destrucción de tu mundo. -dijo El Mago al indefenso Mandíbula de Hierro

El Mantarraya-II avanzaba bajo las aguas del río Lane, uno de los numerosos afluentes que recorren la enorme extensión de los Everglades. Habían elegido la aproximación bajo el agua para intentar evitar ser detectados por los hombres de Nielsen. Era comprensible que hubiesen elegido aquel emplazamiento para su base secreta. Más de mil novecientos kilómetros cuadrados de extensión entre una espesa maleza o poco hospitalarios pantanos. Probablemente contasen incluso con el apoyo de las autoridades del estado. El gobernador de Florida había sido uno de los primeros en ponerse de parte del gobierno golpista impuesto por la fuerza de las armas de la Guardia Marrón, el partido político liderado por el tirano Harold Nielsen.

A los mandos del sorprendente vehículo se hallaba el Capitán Futuro y el asiento del copiloto era ocupado por Helene Vaughn, la hermosa pelirroja compañera del Señor de la Jungla Ki-Gor.

-¿Por qué no está Otho en mi puesto? -preguntó Helene para romper el silencio en la cabina

-Otho se nos ha adelantado. No hay mejor explorador ni infiltrador en toda la galaxia. Nos vendrá bien conocer el terreno por el que vamos a movernos. Además, creo que tiene usted las cualidades necesarias. Es una excelente piloto, señorita Vaughn. Ya lo ha demostrado varias veces. No se me ocurría nadie mejor para tener a mi lado si las cosas se ponían feas.

-Gracias, me halagas en exceso. -dijo Helene algo sorprendida

No era muy habitual tener una conversación de tipo personal con Curtis Newton, siempre anteponía el deber a todo lo demás. Desde que Helene le había conocido apenas lo había visto más de dos horas fuera de su laboratorio o en una de sus misiones. Excepto los días que habían pasado en la jungla cuando el Mantarraya-I había terminado estrellándose entre las frondosas copas de unos árboles congoleños, allá en su ahora lejano hogar.

Entre el Capitán Futuro y Ki-Gor se había establecido un vínculo de amistad basada en el mutuo respeto. Una relación a priori imposible, los dos hombres venían de dos mundos completamente distintos. Uno llegado de un futuro en el que naves espaciales recorren la galaxia y el otro de una jungla en la que la civilización apenas había empezado a hacer mella. Quizás precisamente por ese motivo se había forjado el vínculo, ambos estaban muy lejos de su hogar y eso los había unido.

El hombre del futuro y el hombre del pasado, sonrió para sí misma Helene con su ocurrencia.

Trató de continuar la conversación pero su intento se vio frustrado por las indicaciones técnicas sobre la ruta a seguir que le indicaba al capitán.

-Doscientos metros más adelante se bifurca el río. Debemos seguir por el ramal a babor.

Helene comenzó a realizar la maniobra. La visibilidad de las aguas era muy reducida y tenían que guiarse por el sonar que incorporaba la nave para poder moverse entre aquel laberinto acuático.

En el compartimento trasero a la cabina se encontraban los dos pasajeros que transportaba el Mantarraya-II. Ki-Gor y el agente secreto X. Sentados frente a frente y sin hablar. La tensión era palpable y casi se podía cortar. La inquisitiva mirada de Ki-Gor parecía taladrar a X.

-¿Hay algo que deba saber? -preguntó evidentemente molesto el agente con la actitud del hombre de la jungla

-¿Qué haces aquí? -preguntó el salvaje blanco

La pregunta de Ki-Gor le había dejado desubicado.

-Pensé que estábamos todos en el mismo barco. -se justificó X

-Tú no eres de los que se sube al barco. Tú eres de los que se queda en los despachos planeando tus juegos de engaño y traición.

El agente X torció el gesto, mostrando su desgana por continuar aquella conversación para luego añadir:

-Cada uno tiene sus prioridades.

-La mía es que se haga justicia, la misma que para la mayoría de este equipo. Pero aún sigo sin saber cuál es la tuya. -le respondió Ki-Gor

La entrada del Capitán Futuro en el compartimento fue un bálsamo para suavizar la hostilidad entre los dos hombres.

-Nos estamos acercando a la posición. Más adelante el río se vuelve poco profundo y no podremos seguir avanzando o correremos el riesgo de que detecten la presencia del Mantarraya. Desde donde anclaremos la nave hasta tierra firme deberemos recorrer más de un kilómetro a través de un pantano, por eso yo me adelantaré para confirmar que el camino es seguro. -anunció Curtis Newton

-Yo te acompañaré. -sentenció Ki-Gor

-Mis más sinceras gracias por tu ofrecimiento pero no puedo permitirlo. Estas zonas de baja profundidad tienen aguas muy turbias en las que apenas puedes ver un metro a tu alrededor y están plagadas de peligrosos depredadores, como pitones o caimanes.

Ki-Gor mostró sus blancos dientes en una amplia sonrisa.

-Justo como en casa. Además, los caimanes de por aquí son como lagartijas en comparación con los cocodrilos del río Congo.


El Capitán Futuro, Ki-Gor y el agente X avanzaban con dificultad a través de un pantano que parecía no terminar nunca. El agua les llegaba hasta el pecho y sus pies se hundían en el lodoso fondo.

Ki-Gor se acercó a uno de los muchos árboles que nacían entre las aguas bajas y valiéndose de su cuchillo cortó tres ramas largas para tallar un rudimentario filo en uno de sus extremos. Cuando terminó con su tarea ofreció una lanza a cada uno de sus compañeros, guardando una para sí mismo.

El agente X, que iba ataviado con ropas de comando sin distintivos y cubría su rostro con un pasamontañas, rechazó el ofrecimiento.

-No quisiera parecer desagradecido pero me siento más seguro con esto. -dijo mostrando el fusil de asalto que había adaptado para sus balas especiales

Ki-Gor le miró con extrañeza.

-Vamos a llegar a un claro, el lugar preferido de los caimanes. Buscan los rayos de sol para calentarse y eso no se puede hacer bajo el manto vegetal. La lanza te dará un margen de dos metros de seguridad. Si un caimán se te echa encima ese arma te resultará inútil.

-Tranquilo, no pienso dejar que se me acerquen.

El hombre de la jungla no insistió más, dejó caer la lanza que sobraba y continuó su camino. El Capitán Futuro si que tomó la suya. Había visto a Ki-Gor en acción en la jungla y no pensaba discutirle su recomendación. Antes de ponerse en marcha, Curtis Newton consultó la pantalla de la computadora que llevaba integrada en su traje de batalla. Su objetivo estaba a un kilómetro y medio hacia el noreste y hacia esa dirección se encaminó. Kigor y el agente X le siguieron.

Paso a paso y con mucho esfuerzo se fueron abriendo paso entre el hostil entorno. Rodeados por nubes de mosquitos y moviéndose a través del agua fangosa.

Sin previo aviso Ki-Gor se sumergió y desapareció de la vista en un instante El Capitán Futuro y el agente X se pusieron en guardia de inmediato, intrigados por las acciones de Ki-Gor.

Segundos después fue como si en la tranquila superficie del lento río se hubiese producido una explosión. Las aguas vomitaron una criatura de más de tres metros de largo con una enorme mandíbula llena de afilados dientes. El enorme ejemplar de caimán atrapó entre sus fauces al agente X, inmovilizando su brazo derecho y amenazando con aplastar su caja torácica con la impresionante fuerza del reptil. Trató de alcanzar su arma pero el esfuerzo era inútil. Había perdido el aliento y pugnaba por volver a meter aire en sus pulmones. No era más que un pelele en manos de aquel lejano descendiente de los dinosaurios.

Una nueva silueta surgió del pantano, saltando como un resorte sobre la espalda del saurio. Era Ki-Gor, que se aferró con todas las fuerzas de sus musculosas piernas a la bestia. Con su mano izquierda agarró la mandíbula del poderoso animal, haciendo fuerzas para que soltara a su presa. En su mano derecha relampagueó el cuchillo que ya había desenfundado, Trazando un gran arco con su brazo para dar potencia a su tajo, descargó la hoja contra el vulnerable vientre de la bestia.

El agente X voló por los aires cuando el caimán lo arrojó en un espasmo de dolor.

El Capitán Futuro desenfundó su pistola de energía e intentó disparar al animal. Tan sólo llegó a realizar un disparo que impactó en la gruesa piel de la espalda del caimán sin producir daño alguno. Luego fue imposible porque lo único que podía ver era una masa informe de escamas y carne que se retorcía entre las aguas del pantano. A cortos intervalos veía brevemente a Ki-Gor que continuaba descargando golpes con su cuchillo en el abdomen de la criatura. El señor de la jungla tenía un aspecto aún más salvaje y primitivo que de costumbre pues su pelo rubio estaba lleno de restos de hierba y pequeñas ramas, y su cuerpo cubierto de barro de arriba abajo le hacían asemejarse a algún tipo de demonio vengativo.

Los dos contendientes, salvajes representantes de sus razas, desaparecieron bajo la superficie. Ocasionalmente se veía algún coletazo del gran caimán, cada vez más lentos y con menos ímpetu. Hasta que de pronto se hizo el silencio. Durante un periodo indeterminado de tiempo, el Capitán Futuro y el agente X quedaron a la espera de ver quién surgía victorioso en aquel primigenio duelo a muerte. Empezaba a resultar inquietante la posibilidad de que Ki-Gor hubiese desaparecido en aquella enorme y hedionda charca al ver inmóvil la superficie.

Suspiraron aliviados cuando finalmente emergió la cabeza del gigante de piel bronceada.

El agente X se había salvado de lo peor de la presa por su chaleco antibalas, que había impedido que las mandíbulas se clavaran en su torso. Había sufrido heridas en el brazo pero no parecían graves a primera vista. El pecho le seguía doliendo como si le fuera a estallar pero consiguió ponerse en pie y casi en un susurro dijo a Ki-Gor.

El salvaje blanco hizo caso omiso al agente secreto y comenzó a trepar por el tronco de un árbol con una facilidad pasmosa. Ki-Gor ascendió durante unos quince metros y se detuvo antes de llegar a la copa. Debía tener cuidado, aquellos árboles eran mucho más delgados que los que había en su hogar de la jungla del Congo. Temía que el tronco no aguantara su peso y no quería caer desde aquella altura a unas aguas que en breve se infestarían de congéneres del caimán que acababa de matar. Oteó en todas direcciones y volvió a bajar con una agilidad sorprendente.

-Tenemos que dirigirnos hacia allí. -dijo Ki-Gor señalando al noroeste

-Pero nuestro destino está al noroeste. -aclaró el Capitán Futuro

-Ahora debemos dejar el pantano lo más pronto posible y en esa dirección he visto árboles que sólo crecen en tierra seca. -volvió a señalar al mismo lugar que la primera vez e inició su marcha

Ninguno tuvo ánimos de discutir la decisión de Ki-Gor y le siguieron en silencio absoluto, con los ojos bien abiertos y pendientes de cualquier movimiento extraño en la superficie del agua.

No tardaron mucho en alcanzar tierra firme tal y como Ki-Gor había pronosticado. Fue una bendición volver a pisar un suelo que no se hundía y te calaba hasta los huesos. A pesar de la desviación en el rumbo ganaron tiempo, y sobre todo seguridad.

Tras veinte minutos de marcha pudieron ver en la lejanía el contorno de un viejo fortín español. El Capitán Futuro hizo un barrido de la zona valiéndose para ello de unos extraños binoculares que extrajo de su polivalente traje de combate.

-Están bien protegidos. Hay numerosas patrullas vigilando el lugar. No cabe duda de que son hombres de Nielsen por sus uniformes de la Guardia Marrón. -explicó a sus compañeros el capitán

Al agente X le vinieron a la memoria los recuerdos de la gran guerra. Había recibido su bautismo de fuego en los campos de batalla europeos y había visto suficiente dolor y muerte para varias vidas más. Hacía tiempo que no realizaba labores en el campo de batalla y las imágenes que volvían a su cerebro no eran nada agradables. Pero seguía siendo un soldado al servicio de su país y cumpliría la misión que le había sido encomendada fuera en el escenario que fuera. La humedad del ambiente hizo que le doliese la cicatriz en forma de letra x que tenía junto al corazón. El día que un trozo de metralla atravesó su pecho quedando a escasos milímetros de su corazón, supo que había sido señalado por el destino para algo más que morir en el fango de un campo de batalla. Y si había sobrevivido al fango de la vieja Europa en la guerra no iba a morir entre el fango de Florida

-Cuidado, hay cuatro guardias a menos de un kilómetro al norte. -advirtió el capitán, que seguía vigilando el perímetro del fortín

Ki-Gor y el Capitán Futuro volvieron la cabeza al oír un fuerte siseo proveniente del lugar donde segundos antes se encontraba el agente secreto X. El sonido lo producía una bomba de humo que expulsaba su contenido al exterior. El hombre de las mil caras corría alejándose de la posición que ocupaban sus compañeros mientras la densa nube de humo los iba envolviendo.

-¿Qué demonios pretende ese loco? -exclamó Ki-Gor

La humareda no pasó inadvertida para los guardias del fortín que se acercaron a la carrera.

-Ha revelado nuestra posición. -sentenció con el gesto fruncido el capitán

Ya podían oír las voces de los hombres de la guardia marrón y sus pasos acercándose. Por suerte para ellos el humo les cubría por lo que los matones fascistas aún no les habían visto.

El Capitán Futuro presionó uno de los botones de la consola de su uniforme y del cuello de su traje de combate salieron unas delgadas varillas metálicas que depositaron unas peculiares lentes sobre sus ojos.

Ki-Gor descolgó el arco de su espalda y tomando una flecha de su carcaj quedó a la espera como un tigre al acecho. No podía ver a sus enemigos pero no lo necesitaba. Sus aguzados sentidos por años de vida en la jungla estaban atentos a cualquier sonido. Una rama se quebró suavemente a unos diez pasos al frente y a su izquierda. Con un solo movimiento tensó la cuerda de su arco y la dejó ir. El sonido de un gemido de dolor le confirmó que había acertado su disparo.

Curtis Newton dejó a otro de los guardias inconsciente en el sitio con uno de sus rayos aturdidores. Las lentes multiespectro le permitían detectar a sus enemigos por el calor de su cuerpo.

Los dos guardias que quedaban en pie continuaban sin ver nada pero con el miedo en el cuerpo se disponían a usar sus armas automáticas disparando a bulto. Quizás con suerte alguna bala acabara con los intrusos que se ocultaban dentro de la nube de humo. Pero no llegaron a hacerlo porque alguien cayó sobre ellos desde su retaguardia. Se oyeron dos amortiguados disparos y el ruido de dos cuerpos derrumbándose casi al unísono.

-Ayudadme a transportar a estos desgraciados a un lugar más discreto. Serán nuestro salvoconducto para entrar en el fortín.

Era la voz de X.

Arrastraron al herido y a los inconscientes fuera de la humareda que comenzaba a disiparse con rapidez. Cuando estuvieron a cubierto y pudieron verse frente a frente fue el Capitán Futuro quién habló.

-Somos un equipo. No actuamos así. -recriminó al agente X

-No me negarás que la trampa ha funcionado. -respondió desafiante el hombre de las mil caras

-¿Y cuál era nuestro papel en la trampa? -preguntó Ki-Gor evidentemente molesto

-Vamos, tú deberías saberlo hombre de la jungla. Ninguna trampa funciona sin un buen cebo.

La mirada que el salvaje blanco lanzó al agente era cualquier cosa menos amistosa.

X comenzó a desvestir a uno de los guardias inconscientes.

-Os aconsejo que hagáis lo mismo. -les dijo a sus desconfiados compañeros

Conforme Ki-Gor y el capitán iban vistiéndose con los uniformes de los caídos, X extrajo de uno de sus bolsillos un estuche metálico. Cogió la cara de un guardia incapacitado con su mano derecha, se le quedó mirando unos segundos para memorizar su rostro y comenzó a realizar su arte sobre el rostro de su cara. Apenas dos minutos después ni su propia madre habría distinguido al guardia real del increíble disfraz de X.

-Nos llevaremos al herido de flecha con nosotros. Esperan a una patrulla de cuatro personas.

El interpelado estaba fuera de combate pero seguía aún consciente, quejándose por el dolor que le producía la saeta que atravesaba su hombro izquierdo. X le disparó a bocajarro con su pistola de gas y el guardia quedó inmóvil al momento.

-Así nos aseguramos de que no nos delate cuando nos acerquemos al fortín.

Ya sin necesidad de tener que esconderse, caminaron el último tramo hasta la fortaleza secreta de los nazis de Nielsen. X, ahora con la apariencia de uno de los guardias, lideraba la extraña comitiva. El Capitán Futuro y Ki-Gor iban unos metros más atrás, llevando al guardia noqueado colgado literalmente de sus hombros. Conforme se acercaban al portón principal del fortín y veía las extrañas miradas que les lanzaba uno de los hombres que custodiaban la entrada desde la barbacana del fuerte, el ánimo del capitán mermaba. El improvisado disfraz de Ki-Gor no iba a pasar una inspección más cercana.

X llamó la atención del guardia del muro.

-Hemos tenido un accidente. Se ha encontrado con la trampa de algún furtivo y se ha clavado una flecha en el hombro. Necesita ayuda urgente. -dijo señalando al hombre que cargaban sus dos compañeros

La situación era un tanto extraña, pero el guarda que custodiaba la entrada reconoció al compañero con el que hablaba.

El enorme portón enrejado comenzó a subir, dejándoles el paso abierto al interior. Puede que el fortín fuera de la época de la ocupación española pero había sido acondicionado con la más avanzada tecnología para servir a los fines de Nielsen y su camada de matones.

Al otro lado de la barbacana les esperaban seis guardias y pudieron ver como se acercaban dos sanitarios para asistir a su compañero herido.

-Nuestra treta no va a durar mucho. Aprovechemos la sorpresa antes de que nos descubran. -susurró X a Ki-Gor y al capitán

Sin dar tiempo a respuesta alguna, X lanzó una ráfaga con su rifle de asalto sobre los desprevenidos guardias. El Capitán Futuro desenfundó con velocidad de relámpago su pistola de energía y comenzó a disparar también, mientras Ki-Gor caía en tromba sobre varios de los hombres que aún no acertaban a comprender que estaba pasando.

No fue necesario mucho tiempo más hasta que se dieron cuenta de que estaban siendo atacados y empezaron a aullar las alarmas por todo el complejo.

-¿Qué sucede? ¿Por qué está sonando la alarma? -gritó por el interfono El Mago

-Estamos siendo atacados, mi señor. -fue la respuesta que le llegó desde el otro lado del altavoz

-¿Por quién, maldita sea? -exigió saber el científico

-Aún no lo sabemos.

El Mago soltó el botón que mantenía abierta la línea con su subalterno. No hacía falta que le dijera de quién se trataba. En el fondo sabía muy bien quién era. No podía ser otro que el Capitán Futuro, siempre era él quien se interponía ante su triunfo definitivo. Pero esta vez no sería así. Había viajado en el tiempo para llegar al pasado de aquella apestosa bola de barro llamada Tierra. Durante meses había fingido servir a los estúpidos alemanes que estaban dispuestos a sufragar el ejército con el que pensaba borrar todos los restos de aquella abominación de sistema que los humanos llamaban democracia y que había sido el germen de la Federación Solar. Su raza era una raza de guerreros hechos para liderar y la maldita federación les había convertido en ovejas serviles.

Esta vez se aseguraría de que la perniciosa influencia de los terráqueos no se extendiera por la galaxia. Para ello se disponía a enviarlos a una nueva edad de piedra reduciendo a escombros su civilización. Sin la Tierra la federación nunca llegaría a existir. Y sobre todo nunca llegaría a haber un Capitán Futuro.

Tenía a su alcance las herramientas para conseguir su plan y no pensaba demorarlo ni un segundo más. Se dirigió hasta la amplia consola de mandos que había en su habitáculo y comenzó a teclear y dar órdenes verbales a la máquina como un poseso.

A través de una ventana blindada observó cómo se iluminaban los amplios salones subterráneos que se habían construido para albergar al ejército robótico de Ángeles Negros. Cuatro enormes pistones hidráulicos levantaron los dos paneles que formaban el techo del almacén. Los motores de los robots asesinos cobraron vida con un gran rugido. La cacofonía de dos mil motores a plena potencia era música para los oídos del Mago. En ordenada formación y siguiendo las instrucciones de su creador, las escuadras de Ángeles Negros comenzaron a despegar.

-Volad hijos míos. Id y destruid todas las ciudades humanas que encontréis a vuestro paso. -ordenó teatral e innecesariamente a sus metálicas criaturas

Estaba exultante y la emoción de la victoria definitiva sobre su archienemigo le excitaba. No solo acabaría con el Capitán Futuro sino que conseguiría que el mundo que había conocido jamás llegase a existir. No podía existir una venganza más dulce que aquella.

Las hordas voladoras de robots continuaron llenando el cielo de los Everglades durante un buen rato, hasta formar una nube negra que oscureció la luz del día. Las dos mil máquinas programadas para matar se comportaban como un enjambre dirigido por una sola mente.

Helene Vaughn llevaba relativamente bien la calma de la espera. En la cabina del Mantarraya-II, que permanecía sumergido en el lecho del gran río, casi el único sonido que se oía era el monótono y repetitivo sonido del radar. Estaba obligada a mantener el silencio de radio por el peligro de ser descubiertos. Del exterior tampoco llegaba sonido alguno pues era amortiguado por la capa de agua que cubría el fantástico vehículo. El sonido podía definirse como asfixiante. La piloto de ojos color esmeralda se consoló pensando que el que no hubiese noticias eran de por sí buenas noticias.

En ese ambiente tan opresivo no fue de extrañar que diese un respingo en su asiento cuando el electrónico eco de una señal apareció en la pantalla. Era una señal extraña, llegaba distorsionada. No es que ella fuera una experta en aquellos aparatos pero sabía lo suficiente para saber que lo que tenía ante sus ojos no era nada normal. La pelirroja se puso en tensión, dudando que debía hacer. Se recompuso en un instante y extendió el periscopio para intentar obtener una visual de lo que estaba sucediendo.

No tuvo que buscar mucho, enseguida detectó la enorme mancha oscura en el cielo. Eran Ángeles Negros y hoy parecía que ser el Día del Juicio Final.

Con manos temblorosas tomó el micrófono de la radio.

-Atención Ases de Batalla, ha sucedido lo peor. Se han abierto las puertas del infierno.

-Salimos de inmediato. Sígalos pero manténgase a distancia y no intente trabar combate. Usted será nuestra baliza para saber a dónde se dirigen. -se oyó la voz del legendario piloto G-8

La sola idea de salir en persecución de aquellos demonios metálicos que los nazis llamaban Ángeles Negros le ponía los pelos de punta. Pero Helene no era de las que se rinden. El destino la había llevado a uno de los entornos más peligrosos del planeta y no sólo había sobrevivido sino que había terminado convirtiendo la jungla en su propio hogar. Lo de echarse atrás no iba con ella.


La base secreta de los nazis paramilitares de la Guardia Marrón era un caldero en ebullición. El estridente sonido de varias alarmas rugía a través de la megafonía del lugar, rebotando contra las paredes y creando una molesta cacofonía. Guardias y personal de la base corrían de un lado a otro. En ese maremágnum alguien se dirigió con sospechosa tranquilidad a la zona de almacenaje. Un jefe de sección se fijó en el extraño proceder de su camarada, le siguió y le dio el alto.

-¿A dónde crees que vas? Necesitamos a cada hombre disponible en el patio, nos están atacando.

El joven guardia parecía desconcertado y sin saber qué decir. Miró a ambos lados del largo pasillo y una vez se aseguró de que no había nadie, tapó con su mano la boca del jefe de sección.

El desprevenido líder de grupo no entendía lo que estaba sucediendo. Trató de zafarse del abrazo de su subordinado infructuosamente. Sus ojos casi se salen de sus órbitas cuando vio cómo se transformaba la mano de quién le apresaba. De su carne brotaban unos zarcillos blancuzcos que se introdujeron por sus fosas nasales, impidiéndole respirar. La privación de oxígeno lo envió a los brazos de Morfeo durante un buen rato.

Otho, pues no era otro quién se ocultaba bajo la identidad de aquel guardia, se aseguró de no dejarle caer para no causar ningún daño innecesario. El androide socio del Capitán Futuro arrastró el cuerpo tras unas cajas amontonadas y continuó su camino.

Al girar a la derecha en uno de los ramales, casi se da de bruces con un fornido cuerpo que se hallaba tirado en medio del pasillo. Reconoció al caído, recordaba haberlo visto en el asalto a la prisión estatal de Florida. Era el nazi al que llamaban Mandíbula de Hierro. Había sido él quién había secuestrado a su compañero el robot Grag.

Se detuvo a observar el estado del oficial nazi. Seguía con vida pero por muy poco. Respiraba con mucha dificultad y no parecía ser capaz siquiera de levantar su propio peso. Algo normal teniendo en cuenta que casi la mitad de su cuerpo estaba hecha de acero puro. Dependía de la tecnología para vivir y había sido desconectado.

Otho no podía compararse al Capitán Futuro, pero algo sabía de tecnología también. Con cuidado abrió la gabardina y desabotonó la camisa del enorme alemán. En su pecho se veían las horribles cicatrices que había dejado la metralla y también se observaban en los lugares en que su carne casi se fundía con la estructura de metal. Apartó varios cables y accedió a una pequeña y brillante caja metálica. Observó con atención los complejos circuitos y se dio cuenta de que el sistema que controlaba sus funciones estaba bloqueado por el programa principal. No era capaz de reventar el seguro pero sí que podía tratar de puentearlo. Su apaño funcionó porque de inmediato Mandíbula de Hierro empezó a inhalar aire con desesperación y poco a poco comenzó a recuperar la verticalidad apoyándose sobre su brazo metálico.

Cuando consiguió recuperar algo de su dignidad, el nazi se dirigió a su inesperado salvador.

-¿Por qué me has ayudado?

-Mi programación me obliga a preservar cualquier vida. Incluso la tuya. Además, tú sabes dónde se encuentra Grag y vas a decírmelo. -respondió Otho inexpresivo

-Si eso es una amenaza deja mucho que desear. Acabas de reconocer que no puedes causarme ningún daño. -le desafió Mandíbula de Hierro

-No fueron esas mis palabras. Debo preservar tu vida pero soy más que capaz de causarte mucho dolor si llegase a ser necesario.

No había tono de amenaza en las palabras del androide. De hecho no había ningún tono. Sorprendía su frialdad, si uno conseguía olvidarse de que era un ser artificial.

El androide y el hombre medio máquina se quedaron unos segundos intercambiando miradas y evaluándose.

-Pelear entre nosotros es un absurdo. Tenemos que detener al Mago. Es un traidor, lo único que pretende es destruir el planeta. -habló finalmente Mandíbula de Hierro

-Sigues sin decirme dónde está Grag. -siguió imperturbable Otho

-No está aquí, es lo único que te diré. ¿Quieres seguir hablando o quieres detener a ese loco del Mago?

La batalla estaba en su máximo fragor en el patio de armas del viejo fuerte. El empuje inicial y el factor sorpresa favorecieron al Capitán Futuro, el agente X y Ki-Gor. Los hombres de la Guardia Marrón de Nielsen no dejaban de ser matones de segunda fila. Estaban acostumbrados a ganar por la mera fuerza del número, mas carecían de las agallas necesarias para ser buenos soldados.

Entonces vieron salir de las entrañas de la tierra oleada tras oleada de incontables Ángeles Negros volando hacia el este. Durante casi un minuto el apocalíptico espectáculo consiguió parar la lucha, pues todos sin excepción miraban al cielo con expresiones de miedo y asombro.

La situación sufrió un vuelco con la aparición de los Kommandotruppen. Tropas de élite seleccionadas entre los mejores hombres de la Wehrmacht, el poderoso ejército alemán. Armados con su propia versión de la pistola de rayos del Capitán Futuro, estaban poniendo en serios apuros a los héroes. Ni siquiera buscar cobertura conseguía evitar en su totalidad la intensa descarga que los mantenía inmovilizados, sin poder avanzar ni retirarse. Los haces de energía de aquellas armas eran capaces de reducir a polvo hasta la propia piedra de los muros y construcciones del fuerte.

-Somos peces en un barril. -se quejó X

-¿Tienes alguna idea? -preguntó el capitán

El silencio del agente secreto le confirmó que la situación no era nada buena. Más pronto que tarde, uno de aquellos rayos de energía acabaría acertando a alguno de ellos si no abandonaban la posición. Pero esa opción se antojaba imposible en aquellas circunstancias. Los Kommandotruppen eran tiradores excelentes y había demasiada distancia que recorrer hasta los parapetos más próximos.

Una voz grave y gutural se oyó por encima del ruido del combate.

-¡Achtung Kommandotruppen! ¡Rückzug!

La granizada de rayos se detuvo. Los hombres misteriosos reconocieron a quién lanzaba aquellas órdenes en alemán, su tono con ecos metálicos era inconfundible. Se trataba de Mandíbula de Hierro.

-¿Acaba de ordenarles que se retiren? -preguntó incrédulo el agente X

-Eso me ha parecido entender. -respondió el Capitán Futuro sin terminar de creérselo

Los comandos alemanes se replegaron ordenadamente hasta donde se encontraba la nave que les había llevado hasta allí. Todos reconocieron el diseño del disco volante antigravitatorio que habían usado en el asalto al Capitolio y la Casa Blanca. Habían salido en todos los noticieros de las salas de cine del país en la nefasta fecha en que Nielsen y sus fuerzas golpistas secuestraron el legítimo gobierno de los Estados Unidos, una imagen que quedaría grabada a fuego en las retinas de los norteamericanos como uno de los días más oscuros de su historia. Con perfecta coordinación subieron al interior de la nave mientras varios de sus compañeros cubrían la retirada, con una precisión que sólo dan muchas horas de combate y entrenamiento juntos. Apenas dos minutos después, el disco se elevó en el aire y desapareció a toda velocidad.

Sin pensarlo dos veces Ki-Gor, el agente X y el Capitán Futuro al frente, dejaron su protección y cayeron sobre los hombres de la Guardia Marrón. Sin el apoyo de los comandos alemanes, aquellos hampones no eran rivales para tres leyendas vivas.

En el calor de la refriega, el capitán vio una figura familiar. Otho el androide le hacía señales desde una veintena de metros más adelante para que le siguiera al interior de una de las estructuras del fortín.

El Mantarraya-II seguía a la imparable formación de robots asesinos en dirección norte bordeando la costa. Helene Vaughn iba a los mandos del aparato sin acercarse demasiado al mortal enjambre tal y como le habían ordenado. Seguía asombrada de que las máquinas no la hubiesen atacado. Tenían un rumbo fijo predeterminado del que no se desviaron ni un ápice y no parecía que la considerasen una amenaza. Surcaban los cielos a una velocidad endemoniada, aunque la aeronave que manejaba había sido construida por el Capitán Futuro y no les iba a la zaga en ese aspecto.

Helene trataba de determinar cuál podría ser el objetivo de las fatídicas máquinas. Trianguló sobre un mapa de Florida y su mandíbula cayó al averiguar su destino. Al trazar mentalmente una línea recta comprobó que pasaba con total exactitud sobre Miami. Un escalofrío recorrió la espalda de la hermosa aviadora pelirroja. A la velocidad que se desplazaban estarían sobre la ciudad en apenas dos minutos.

Los peores presagios de la piloto se hicieron realidad cuando la enorme bandada de robots alcanzó las estribaciones de la gran ciudad. La horda comenzó a dividirse como si tuvieran una sola mente, pues de hecho así era. Con una precisión quirúrgica cada grupo escindido se dirigió a un objetivo previamente establecido. Helene no podía determinar a donde se realizaron todos los ataques, pero desde su cabina y gracias a las lentes telescópicas del Mantarraya-II pudo ver como golpeaban sin piedad bases del ejército, la armada y la fuerza aérea. A la lista se sumaban depósitos de agua y combustible, así como sedes administrativas nacionales y del estado.

Una lluvia de fuego destructor caía sobre los lugares más vitales de la ciudad de Miami. Helene contemplaba horrorizada el dantesco espectáculo. Tenía que hacer algo para detener la terrorífica masacre que se extendía por toda la urbe. Daban igual las órdenes y también daba igual su propia seguridad, porque tenía claro que no había posibilidad alguna de salir vencedora en un combate contra las máquinas asesinas voladoras de los nazis. Los haces de energía de los Ángeles Negros cercenaban las estructuras que daban vida a la ciudad como un cirujano cercenaría un miembro gangrenado con su bisturí.

Supo de inmediato que debía hacer algo, lo que fuera. Permanecer impasible ante aquella matanza era insoportable. Controlando el miedo que amenazaba con inmovilizar sus brazos viró el Mantarraya-II a babor y se dirigió hacia un grupo de robots concentrados en destruir el Miami Valley Hospital. Algo que le pareció tremendamente inhumano a Helene, aunque era consciente de que no se albergaba ningún sentimiento en aquellas máquinas sin alma. En cuanto se encontró a rango presionó los botones que accionaban las ametralladoras de la nave y de inmediato el ruido del traqueteo incesante de las armas lo llenó todo.

El Mantarraya-II iba equipado con balas ácidas perforantes, una invención del Capitán Futuro que ya había demostrado su efectividad contra los letales robots de los nazis. La primera pasada causó considerables destrozos entre los Ángeles Negros. No se esperaban el ataque y eran tantos que resultaba casi imposible fallar. Hacia cualquier lugar que apuntara encontraba Ángeles Negros en su punto de mira. Probablemente una decena o más resultaron derribados pero tal cantidad resultaba anecdótica entre aquella horda metálica.

Dos escuadras de Ángeles Negros fijaron sus sensores en el Mantarraya-II y variaron su curso para enfrentarlo. Una cortina de rayos de energía cayó sobre la aeronave. Helene viró alocadamente a un lado y a otro tratando de esquivar los letales haces rojos, consiguiéndolo casi por completo. Había recibido un impacto que atravesó el ala izquierda de lado a lado, dejando a la vista un considerable boquete en el fuselaje de la nave. La piloto hizo caso omiso de los indicadores y alarmas que sonaban en la carlinga. Volvió a lanzar una nueva andanada contra la nube de robots que continuaba asolando la ciudad. Sabía que tarde o temprano sería derribada. Antes de que eso ocurriese pensaba llevarse por delante tantos de aquellos robots diabólicos como fuese posible.

Los Ángeles Negros ya estaban sobre ella, habían acortado considerablemente la distancia. Desde esa posición, era seguro que resultaría derribada en breve. Helene apretó con fuerza los disparadores de las ametralladoras y ya no los soltó, en un desesperado intento de acabar con unos cuantos enemigos más antes del momento inevitable de su derrota. Apretó los dientes y esperó su destino.

Pero quizás se había precipitado calificando su sino de inevitable. Desde estribor varias líneas de fuego intermitente cruzaron el cielo delante de su carlinga. Su vista se fue hacia la izquierda siguiendo la trayectoria de los proyectiles, para ver como caían los robots que se acercaban al Mantarraya-II. Tres aviones de combate muy familiares pasaron como una exhalación ante ella. El símbolo del As de Picas y los números siete, ocho y trece respectivamente grabados sobre el fuselaje de cada una de las naves no dejaban ningún espacio para la duda. Eran G-8 y sus Ases de Batalla, Nippy Weston y Bull Martin. Entre tanto Ángel Negro se agradecía la presencia de estos tres ángeles guardianes.

-No podíais haber elegido mejor momento para aparecer. -exclamó Helene aliviada por la radio

-Nuestra reputación de caballeros se arruinaría si hubiésemos dejado a una dama en apuros sin asistencia. -bromeó G-8

La amenaza más próxima había pasado, mas el peligro ni mucho menos había terminado. Varios grupos de Ángeles Negros dejaron su destructiva labor y empezaron a converger hacia los Ases de Batalla y el Mantarraya-II, procedentes de distintas direcciones. Eran más de un centenar de ellos.

-Miss Vaughn, aléjese de la zona de combate. Su aparato está tocado. A partir de aquí nos hacemos cargo nosotros. -aconsejó el líder de la legendaria escuadra aérea

-Negativo. Mientras pueda mantener este cacharro en el aire todavía puedo derribar a unos cuantos más de esos pedazos de chatarra. -respondió contundente la pelirroja

G-8 no podía discutir, no quedaba tiempo. El enjambre de robots asesinos se les echaba encima, así que colgó el micrófono. Se acercó lo más posible al Mantarraya-II para tener una visual de Helene y desde su cabina hizo un gesto señalando a los Ángeles Negros. Seguidamente inclinó la cabeza en señal de respeto por el valor y el arrojo que demostraba la hija adoptiva de la jungla, para desaparecer poco después en pos de los enemigos. Nippy y Bull se movían como si fueran el reflejo en un espejo de G-8, a tal nivel de sincronización eran capaces de llegar.

Con su líder en vanguardia, los Ases de Batalla enfilaron los morros de sus aparatos hacia las letales máquinas creadas por los nazis. Cubrieron su avance con una tupida granizada de balas sobre las amenazas mecánicas. Los proyectiles perforaban las pesadas armaduras y una vez dentro vertían el potente ácido que contenían sobre la infra protegida estructura interna de los robots, fundiendo de paso sus circuitos y componentes vitales.

G-8, la leyenda del aire, estaba habituado a luchar contra aquellas horrendas máquinas. En las últimas semanas su escuadra se había convertido en la pesadilla particular de las fuerzas golpistas nazis. Habían evitado varios ataques contra Nueva York y también habían conseguido derribar un número considerable de Ángeles Negros. Las sucesivas batallas aéreas hicieron que pudieran conocer mejor los métodos y tácticas de sus enemigos.

Cuando G-8 calculó que quedarían unas decenas de metros para quedar dentro del rango de los letales rayos de energía de los robots, dio una orden a través de la radio y los tres Ases de Batalla trazaron un giro de noventa grados. El líder elevó el morro de su nave hacia el cielo, Nippy viró a babor y Bull a estribor. Los tres salieron despedidos en direcciones distintas.

La turba robótica no tardó en reaccionar y se dividieron en tres grupos para perseguir a los molestos aviadores.

De nuevo, un imposible giro de ciento ochenta grados realizado por Nippy y Bull le situó al uno frente al otro. Una vez en esa posición comenzaron nuevamente a ametrallar a sus perseguidores. Con la salvedad de que Nippy disparaba ahora contra los enemigos que seguían a Bull y éste hacía lo propio con los de Nippy. La maniobra cogió desprevenidas a las máquinas y los dos pilotos causaron una considerable cantidad de bajas entre sus artificiales contrincantes.

G-8 continuaba su ascenso en perpendicular al suelo, sacando a su aeroplano toda la fuerza que el poderoso motor que llevaba incorporado podía generar. Mantuvo el rumbo unos instantes más hasta que Nippy y Bull se cruzaron bajo él. Entonces dejó caer su avión en picado. Los dos grupos de Ángeles Negros que seguían a sus compañeros también se cruzaron entre ellos. En los cortos instantes que coincidieron bajo el punto de mira de G-8, el héroe hizo una escabechina entre sus filas. Nippy y Bull, libres de sus perseguidores, no tuvieron mayores problemas en derribar a los que aún insistían en seguir a su jefe de escuadrón.

Una ínfima victoria porque de seguido nuevos robots ocupaban el lugar de los caídos mientras más de aquellos engendros sin sentimientos continuaban llegando de todos los puntos cardinales para unirse a la refriega.

A partir de ahí la batalla se convirtió en lo que los pilotos de combate llaman una “pelea de perros”. Ya no tenían cabida las tácticas de grupo, cada piloto luchaba por su vida como podía.

La escena vista de lejos se asemejaba a cuatro pájaros que eran aguijoneados continuamente por una nube de avispas furiosas. El panorama no parecía muy halagüeño para los pájaros.

El caza de Bull Martin fue derribado. Se estrelló sobre las aguas de la costa de Florida después de haber recibido más de media docena de impactos. No sin convertir antes en trozos inservibles de hierro y acero a un buen número de enemigos.

-Esto tiene muy mala pinta. Normalmente soy yo el primero en caer. Se supone que Bull es el suertudo del equipo. -se oyó a un nervioso Nippy a través del altavoz de la radio

Mirando la inacabable horda de robots que se cernía sobre ellos, G-8 respondió con voz cargada de preocupación.

-Quizás se nos ha acabado la suerte, amigo mío.


-¿Otho, qué has averiguado? -apremió el Capitán Futuro

Los disparos levantaban nubes de polvo al estrellarse contra el dintel de piedra en el que se refugiaban el capitán, Ki-Gor, el agente X y el androide Otho. Varias escuadras de la Guardia Marrón trataban de detener al grupo de hombres misterioso, aunque su ímpetu se había visto seriamente mermado. Ya no atacaban, se conformaban con mantener sus posiciones. Muchos hombres habían sido incapacitados por las flechas de Ki-Gor, el rayo aturdidor del Capitán Futuro y las balas somníferas de las armas del agente X.

-El centro de mando desde el que se manejan los Ángeles Negros se encuentra en un sala subterránea del fuerte. Seguidme, os llevaré hasta allí.

Se adentraron en las entrañas del viejo fuerte español. La estructura había sido habilitada para servir como base secreta de los nazis golpistas que apoyaban el gobierno ilegal de su líder Harold Nielsen. Se había excavado el subterráneo de la misma para dar cabida a todo el equipo necesario para las investigaciones del hombre conocido como El Mago. Por doquier se veían todo tipo de aparatos eléctricos de lo más avanzado, algunos difícilmente reconocibles para los no versados en asuntos de ciencia.

Corrieron a través de una infinidad de pasillos guiados por Otho, que ya había prescindido de imitar las características del guardia con las que se había infiltrado en la base. El momento del sigilo ya había pasado, así que retomó su pálida e impersonal apariencia habitual. Ki-Gor había llegado a la misma conclusión y se había deshecho de las ropas y las molestas botas que había tomado de uno de los nazis americanos.

El Capitán Futuro se preguntaba qué es lo que habría ocurrido para que Mandíbula de Hierro y sus Kommandotruppen se retiraran de la batalla cuando estaban a punto de obtener la victoria. Sospechaba que su socio Otho tenía algo que ver con ello. A pesar de haber pasado toda su vida junto a él, al capitán le seguían sorprendiendo los recursos del androide diseñado por su difunto padre. Sabía que su socio era incapaz de cometer ningún acto ilegal o de causar daño a un ser humano, pero le asombraba la capacidad de Otho para moverse en esas zonas grises entre lo que está bien y lo que está mal. Tan distinto a Grag, el robot.

Siguiendo los seguros pasos del androide atravesaron buen número de salas y más pasillos. Era impresionante el trabajo que habían realizado los secuaces de Nielsen en los subterráneos de aquel lugar. Tuvieron algún encuentro con personal rezagado y algunos miembros de la Guardia Marrón pero habían perdido la voluntad de luchar y huyeron en cuanto divisaron al grupo incursor. Finalmente llegaron hasta una pesada puerta metálica de unos tres metros de ancho. Ninguna ventana permitía ver lo que ocurría en el interior.

-Es aquí. -confirmó Otho

El Capitán Futuro se dirigió a toda prisa a los controles de la puerta. Su carrera se vio interrumpida cuando el destello de un monitor de televisión encendiéndose le puso sobre alerta.

-Bienvenido capitán. He estado esperando durante mucho tiempo tu visita.

Quien había dicho tales palabras era un misterioso encapuchado que aparecía en la pantalla inmóvil. Se cubría con una túnica roja con ribetes dorados en mangas y cabeza, pero sin duda lo más llamativo era la máscara de cristal de espejo con la que ocultaba su rostro.

-No es necesaria la máscara. Quizás puedas esconder quien eres a Nielsen y sus matones, pero no a mí. Reconozco esos símbolos grabados en tu túnica, son runas marcianas. Solo conozco a una persona con los conocimientos y la maldad necesaria para tramar un plan tan enrevesado. Eres Ull Quorn. -dijo el Capitán Futuro muy serio

Otho no podía sorprenderse en el sentido exacto de la palabra, más bien sus circuitos tardaron unos microsegundos más de lo habitual en procesar la información que acababa de recibir. Bajo aquella túnica escarlata se hallaba uno de los más peligrosos enemigos de los Hombres del Futuro y de la humanidad en general. El hijo mestizo de una noble marciana y del malvado Victor Kaslan, el hombre que asesinó a los padres de Curtis Newton.

La figura que les hablaba desde la pantalla se llevó la mano derecha a su rostro y procedió a retirar la máscara. Seguidamente echó hacia atrás la capucha y se quedó unos instantes mirando fijamente a la cámara. Una melena larga y oscura enmarcaba un rostro alargado. Su piel era de un tono inhumanamente oscuro. Esas facciones, al igual que sus ojos extrañamente alargados y las puntiagudas orejas, provenían de su herencia marciana.

-Es un auténtico placer poder deshacerme de esto al fin -dijo lanzando la máscara al suelo que se rompió en pedazos ruidosamente-. Estaba harto de tener que esconderme de estos primates subdesarrollados a los que llaman humanos. Evolutivamente no sois mucho mejores que los simios blancos de Marte. -se burló Ull Quorn

El monitor se apagó y comenzaron a oír ruido de maquinaria. La puerta metálica comenzó a abrirse y dejó ante la vista una amplia sala de unos quinientos metros cuadrados. Al fondo, en la esquina izquierda, se encontraba Ull Quorn frente a una consola de mando. Ahora podía apreciarse el tono rojizo de su piel y se fijaron en los reflejos azul metálico con los que destellaba su pelo bajo la luz de las bombillas.

-Una vez más se cruzan nuestros destinos, Capitán Futuro. -dijo provocativo el medio marciano

-Esta obsesión tuya por tratar de vencerme es enfermiza. Eres una de las mentes más brillantes de la galaxia. Si dedicases tu esfuerzo a ayudar a los demás conseguirías sin esfuerzo esa admiración que tan desesperadamente buscas. Puedes ser mucho mejor persona de lo que fue tu padre.

-¡No nombres a mi padre! No finjas que me conoces porque no sabes nada de mí. Odio a Victor Kaslan porque él fue quién te creó y te odio a ti porque eres la personificación de todo lo malo que ha traído a Marte la Federación Solar. Habéis convertido al pueblo de los hombres rojos, antaño poderosos señores de la guerra destinados a conquistar la galaxia, en débiles plañideras que mendigan al Consejo unas míseras migajas. -explotó furioso Ull Quorn

El comentario del capitán había tocado alguna fibra sensible en la mente de su archienemigo, viendo como había perdido la compostura.

-Erradicaré personalmente de este planeta cualquier esperanza para la democracia. Voy a hacer caer vuestra patética civilización. Mandaré a los humanos de vuelta a las cuevas de las que nunca debieron salir vuestros ancestros. Y sin la guía y el ejemplo de La Tierra, la Federación Solar nunca llegará a existir.

Ki-Gor no entendía las maneras de la gente civilizada. Tampoco comprendía el porqué de aquella charla sin sentido. En la jungla se actúa rápido o se muere. Tenía a su enemigo frente a sí, solo debía ir a por él. Se lanzó a la carrera a través del centro de la sala, que era la zona más despejada ya que a lo largo de las cuatro paredes se apilaban pesadas piezas de maquinaria y equipo científico que el hombre de la selva no era capaz de reconocer.

Ull Quorn vio venir al fornido rubio, vestido tan solo con un taparrabos y enarbolando su primitivo cuchillo. Tras un breve instante de desconcierto su mueca se tornó burlona y provocativa Sin inmutarse lo más mínimo, permaneció inmóvil esperando la embestida del salvaje blanco.

La extraña reacción de su adversario no aminoró la carga de Ki-Gor. Aprovechó la fuerza de su empuje para descargar un brutal golpe de arriba abajo con su cuchillo.

El filo de la hoja se detuvo a una decena de centímetros antes de alcanzar su objetivo, como si hubiera chocado contra una pared invisible. Entonces relámpagos de energía pura bañaron la gran sala. En el rostro de Ull Quorn se adivinaba que algo no había salido tal y como él lo había previsto.

Se preguntaba probablemente de que estaba hecha aquella rudimentaria arma que había sido capaz de sobrecargar y destruir su campo de fuerza personal. Su soberbia había desaparecido por completo. Retrocedió asustado y habló al micrófono que llevaba incorporado en una de sus muñequeras. El Capitán Futuro y Otho sabían por pasadas experiencias que Ull Quorn ocultaba bajo su túnica infinidad de aparatos con los que simulaba poseer poderes mágicos. Eso le había ganado el apodo de “El Mago de Marte”, el mismo seudónimo con el que había permanecido escondido entre los humanos desde su llegada a este tiempo.

-¡Unidades 511 a 520, detened a los intrusos! -ordenó con un tono de desesperación en su voz

En el muro de la derecha se abrieron unas compuertas ocultas desde las que aparecieron dos escuadras de Ángeles Negros hasta un total de diez.

Cuatro de los letales robots fueron a por Ki-Gor, tratando al tiempo de proteger a su amo de los ataques del semidesnudo bárbaro humano.

Los seis restantes se abalanzaron hacia la puerta de la sala contra el Capitán Futuro, Otho y el agente X para bloquear la entrada. Dispararon sus armas de energía y dos de los rayos impactaron contra el Capitán Futuro, que no se retiró a tiempo del dintel por proteger al agente X. El hombre de las mil caras no tenía un traje de combate que le protegiera contra armas de energía, así que prefirió recibir él los disparos. Su armadura resistió el primer embate pero el segundo dejó el pectoral de la misma ennegrecido y humeante. El haz de luz concentrada no atravesó la protección del traje por escasos milímetros. El Capitán Futuro tuvo la sensación de que una bola de demolición acababa de golpear su pecho. Quedó desorientado por unos segundos, los cuales fueron aprovechados por dos de los Ángeles Negros para caer sobre Curtis Newton y golpearlo brutalmente hasta hacerlo caer.

El Agente X insertó en su rifle de asalto especial un cargador con balas ácidas perforantes y barrió a los dos robots que se encontraban pugnando por salir. A pesar de que la puerta era considerablemente ancha, los dos monstruos metálicos eran voluminosos y a duras penas cabían los dos a un tiempo por el hueco. Un Ángel Negro se fue de bruces al suelo cuando las balas de X lo atravesaron y sus circuitos internos comenzaron a fundirse. En cambio el segundo sólo recibió impactos de refilón y aunque los proyectiles penetraron su blindaje no alcanzaron ningún sistema vital.

Otho se transformó en un abrir y cerrar de ojos en un octópodo venusino, una criatura que recordaba a un pulpo de tamaño descomunal. Extendiendo dos de sus seudópodos agarró con cuidado al Capitán Futuro y comenzó a retroceder, alejándose él y el capitán de la primera línea de la batalla.

El agente X intentó recriminar a Otho el que abandonaran a Ki-Gor pero se dio cuenta de lo inútil que resultaría. El androide estaba programado para proteger a toda costa al Capitán Futuro y no tenía sentido discutir las repercusiones morales de sus acciones. Los Ángeles Negros trataban de salir de la sala aunque su compañero caído les dificultaba la maniobra y sólo podían hacerlo de uno en uno. El hombre de las mil caras no tuvo otra opción que seguir al socio del Capitán Futuro, cubriendo su retirada con una nueva ráfaga de su rifle de asalto.

Ki-Gor observó cómo se acercaban los cuatro robots asesinos apuntando los cañones de energía que sustituían a su brazo izquierdo.

-¡No! ¡No disparéis! Dañaréis el equipo. -gritó Ull Quorn

Los Ángeles Negros bajaron sus armas y comenzaron a desplegarse para tratar de rodear a Ki-Gor. El hombre de la jungla hizo uso de su espectacular musculatura y arrancó un pesado armario metálico de la pared y lo lanzó a dos metros delante de él. Las máquinas no tuvieron problema en esquivar el burdo proyectil. No había sido esa la intención de Ki-Gor, lo que pretendía era bloquear parte de su frente de batalla para que los cuatro robots no le atacaran a un tiempo. Dos de ellos sortearon el obstáculo y lanzaron sendos mazazos con su brazo derecho.

El señor de la jungla esperó la maniobra agazapado y con todos sus músculos en tensión. Instantes antes de que los arietes metálicos rozaran su cuerpo Ki-Gor, reaccionó. Saltó con la agilidad y rapidez de un leopardo, escurriéndose en el corto espacio que dejaron los barridos de los brazos de metal. Sin prestar atención a sus mecánicos atacantes, Ki-Gor se lanzó nuevamente sobre Ull Quorn que había parado de retroceder al encontrar su espalda el final de la sala.

En la contienda física el Mago de Marte no era rival para Ki-Gor. No tardó en quedar inmovilizado y con el filo del cuchillo del salvaje presionando peligrosamente su cuello.

-¡Detén a los robots! ¡Ya! -ordenó Ki-Gor al malvado científico

No añadió ninguna amenaza a su orden. Era innecesario. La furia primigenia que destilaban las palabras de Ki-Gor no dejaban ningún lugar a dudas de que si no era obedecido, la cabeza del medio marciano acabaría separada de su cuerpo.

Los robots, que ya se acercaban peligrosamente al salvaje blanco, quedaron de repente inmóviles y seguidamente se apagó el ruido de sus motores.

Ull Quorn no se atrevió a mover un solo músculo. Incrédulo aún de que su brillante plan hubiera sido frustrado por un primate primitivo que iba casi desnudo y cuya única arma era un cuchillo.

A través de la puerta entraron el Agente X y Otho, este último ayudaba a andar al Capitán Futuro apoyándolo sobre su hombro. El aspecto de Curtis Newton era lamentable pero conseguiría vivir otro día y estaba consciente.

Ull Quorn contrajo muy lentamente los dedos de su mano derecha, de manera imperceptible. Hasta que las yemas de sus dedos tocaron la palma de su mano. Ki-Gor, que lo sujetaba con firmeza, notó como el cuerpo de su adversario desaparecía entre sus brazos. No sin antes gritar por última vez.

-¡No, no, no! ¡Jamás volveré a ser tu prisionero! ¡Jamás!

Ki-Gor miró sus propios brazos sorprendido.

-Brujería. Ju-ju.

-No es magia sino ciencia -dijo el capitán con dificultad, ahogado por la tos cuando trató de hablar-. Otho, ayúdame a llegar hasta el panel de control.

El androide se apresuró a cumplir el ruego de Curtis Newton. Ki-Gor acercó una silla hasta el lugar para el que el hombre del mañana pudiera descansar su dolorido cuerpo.

Se sentó con dificultad junto a la consola y tomó aire.

-Voy a entrar en el sistema de comunicaciones e introduciré instrucciones intentará hacerse para que los Ángeles Negros se dirijan a la sima más profunda del Atlántico -hizo una pausa para continuar-. Su blindaje es resistente pero no están diseñados para soportar tanta presión. Sus estructuras se colapsarán y resultarán destruidos.

-No puedo dejar que hagas eso.

La voz era la del agente X. Sostenía su pistola personalizada entre sus manos y apuntaba al Capitán Futuro.

-¿Qué está pasando aquí? -preguntó Ki-Gor empuñando su cuchillo de manera amenazadora

-La guerra que asola el mundo no tardará en afectar a los Estados Unidos y esos robots pueden ser la baza que incline la victoria de nuestro lado. Envía a esos robots a La Isla, allí el Departamento G se hará cargo de ellos.

Ki-Gor taladró al agente de inteligencia con una gélida mirada.

-No hagas que me arrepienta de salvar tu vida, aún puedo corregir ese error. -le advirtió mostrando el filo de su hoja

El Capitán Futuro interrumpió el enfrentamiento.

-Tiene que hacerse a mi manera. Están usando el cerebro de Grag para manejar a los Ángeles Negros. Nielsen se lo llevó a la capital porque no se fiaba del Mago. En cuanto se dé cuenta de lo que ha ocurrido intentará hacerse con el control de las nuevas unidades y todo nuestro esfuerzo no habrá servido para nada.

La cara de X era una máscara imperturbable, continuó apuntando al Capitán Futuro mientras meditaba su curso de acción.

-Haz lo que debas. -concedió al fin bajando su arma

G-8 había agotado toda la munición de su caza experimental. Nippy y Helene habían sido derribados sobre la ciudad de Miami aunque había llegado a ver como se abrían sus paracaídas antes de que sus aeronaves se estrellaran.

Trataba de seguir en el aire un minuto más, esquivando los mortales haces de energía de la horda de Ángeles Negros que iban detrás de la cola de su aparato. El fuselaje estaba salpicado de gran cantidad de impactos y era un milagro que la máquina continuara volando. Era un duelo que estaba condenado a perder, él debía usar todas sus energías para seguir vivo y las infernales máquinas no se cansaban nunca.

Cuando estaba convencido de que iba a enfrentarse a su destino final, G-8 observó como los robots perdían todo el interés en seguirle. Cambiaron de rumbo y se dirigieron hacia el mar abierto. De todos los rincones de la devastada metrópolis se les unían interminables columnas de las máquinas voladoras que se unían al peregrinaje de sus hermanos.

No estaba muy seguro de qué es lo que había ocurrido pero daba gracias al Cielo por esos pequeños favores. Viviría para volver a luchar otro día, pero no se podía considerar una victoria. No cuando sus ojos le mostraban el horror y la destrucción que los Ángeles Negros habían ocasionado a lo largo y ancho de la ciudad de Miami.

Habían detenido a la horda mecánica pero el coste que habían pagado era terrible.

G-8 se hizo un silencioso juramento a sí mismo. Harold Nielsen, el responsable último de aquella locura, iba a pagar por lo que había hecho. Aunque tuviera que dedicar el resto de su vida a la tarea, no iba a permitir que escapara sin su justo castigo.

Continuará...


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