Batman nº24

Título: La otra familia (I)
Escritor: Carlos Fortuny   
Portada: Roberto Cruz
Fecha de publicación: Octubre 2014

¡El Señor de la Noche regresa por fin a Tierra-53 en su propia serie regular!!  Carlos Fortuny comienza esta nueva etapa adentrándose en el pasado del personaje y contándonos una historia que tendrá importantes repercusiones en su futuro. ¡No te lo pierdas!
Hice una promesa ante la tumba de mis padres: librar a esta ciudad de la maldad que les quitó la vida. Soy Bruce Wayne, filántropo multimillonario. De noche, los criminales, esos cobardes y supersticiosos, me llaman...
Batman creado por Bob Kane

Batcueva, Gotham City.Ahora

Bruce contemplaba incansablemente fichas de diferentes personas. Todas y cada unas de ellas excepcionales, todas con grandes habilidades. Llevaba horas haciéndolo, y no se había detenido ni para probar algo del almuerzo que Alfred, su fiel mayordomo y amigo, le había traído. ¿O era la cena?

Fuera como fuese, desde que el hombre más conocido como Batman había llegado a su guarida se había dedicado exclusivamente a aquello.Se había deshecho de la máscara para trabajar más cómodo, pero el resto de su atuendo de murciélago persistía.

Bruce eliminó otro fichero. Arnold Fitz era un ex-militar recto, un buen hombre que había demostrado su fortaleza y honradez en una veintena de misiones. Inteligente, había conseguido sobrevivir en situaciones que otros no lo habían logrado, incluso salvando a varios compañeros en el camino. A Batman no le interesaba demasiado que Fitz fuera bueno con el rifle, lo que si le llamó la atención fue su indudable destreza en el combate cuerpo a cuerpo.

Pero aquel soldado tenía un gran defecto, dos hijos y una mujer por los que había renunciado a los marines. Batman no podía permitirse apartarlo de su familia. Además aquello siempre sería su punto débil ¿O acaso su punto fuerte? Bruce no tenía aún la respuesta a aquello. Era cierto que la familia te fortalecía en tus peores momentos, pero no por ello era menos cierto que cuando eran objeto de ataque podían torcer incluso al hombre más recto.

No, Arnold Fitz no entraría en el programa, podría dedicarse enteramente a su familia.

El multimillonario paró unos segundos para masajear su puente nasal, y entonces desvió la mirada mientras se reclinaba en su silla. Algo llamó poderosamente su atención, hasta el punto de que obligó al caballero oscuro a abandonar su asiento. Anduvo por unas pasarelas que enseguida le condujeron a unas escaleras, para finalmente alcanzar su destino: un pequeño rincón junto a una de las paredes reservado para unos expositores cilíndricos donde se exhibían algunos trajes, entre ellos el de Robin(1) . Junto a uno de aquellos expositores, de forma casi imperceptible, encajado entre el metal y el cristal había una pequeña y antigua fotografía, en ella podía verse a Thomas y Martha Wayne(2), ambos con una bonita sonrisa. Familia…

Con pesar, Bruce desvió la mirada y se apresuró a regresar al trabajo, había demasiado que hacer, no tenía tiempo para aquellas cosas.


Dornier Do 228, cerca del aeropuerto internacional New Tokyo.Hace muchos años…

Un jovencísimo Bruce Wayne, de unos dieciocho años, contemplaba una pequeña fotografía, en la que podía verse el rostro sonriente de sus padres. La observaba a menudo, intentando recordarlos de aquella forma, como ellos habrían querido porque, cuando apartaba aquella foto, solo los veía como cadáveres ensangrentados. El problema de aquello era que ahora la misma foto le recordaba al motivo por el que la miraba tanto.

El capitán del vuelo empezó a anunciar la inminente llegada del vuelo al aeropuerto de New Tokyo, el mismo que años después recibiría el nombre de aeropuerto de Narita. Hacía escasos años que el aeropuerto, el segundo de Tokyo después del de Haneda, había abierto. Este segundo aeropuerto había sido construido para aligerar la gran cantidad de vuelos que salían y llegaban a Haneda, aunque la apertura no había estado exenta de problemas, ya que las tierras de numerosos agricultores tuvieron que ser expropiados para su construcción. Bruce se había decidido por él simplemente porque le dejaba ligeramente más cerca de su destino.

El vuelo no había sido demasiado cómodo pues el avión era pequeño y estaba un poco viejo, pero Bruce lo había preferido a aquellos enormes Boing; prefería la discreción de aquellos vuelos, aunque fueran más incómodos y le salieran más caros. Cuando el avión se detuvo por completo, Bruce cogió su pequeño macuto y bajó de él sin mediar palabra.


Frente a Musukouri Tecnologics, Tokyo.

Después de años cultivando su intelecto y aprendiendo diferentes estilos de lucha occidentales por Europa, los pasos de Bruce habían acabado por llevarle a Japón, más concretamente a Tokyo. En ningún lado podría adquirir mejores conocimientos tecnológicos que en aquel lugar, si bien ya había estudiado un tiempo en Alemania. Además, el objetivo de su visita a aquel país era doble, pues era por todos conocidos las muchas disciplinas marciales que allí se impartían.

Bruce levantó la vista contemplando el imponente edificio que se levantaba ante él. Musukouri Tecnologics no era una empresa más, tenía múltiples filiales en Estados Unidos, una de ellas en la propia Gotham City. Allí se dedicaban ante todo a la creación de prótesis para discapacitados, equipos de supervivencia y de rescate o incluso casas inteligentes preparadas especialmente para resistir terremotos. Cualquier cosa que pudiera ayudar al ser humano, Musukouri Tecnologics lo construía. Aquello, y el hecho de que el dueño de la empresa hubiera sido un amigo intimo de su padre, es lo que había conducido los pasos de Bruce hasta aquel lugar. Si bien todas sus filiales tenían una arquitectura adelantada a su tiempo, aquel destacaba muchísimo más, formas geométricas imposibles llamaban especialmente la atención de aquel colosal edificio que se caracterizaba por el uso del blanco, el aprovechamiento de la luz y las formas curveas.

El joven salió finalmente de su estupor y cruzó la enorme plaza que servía de entrada al edificio. Ésta disponía de diversos jardines y puestos de comida. La mayoría de las personas que llenaban el lugar vestían similares uniformes o batas, y en todas se podía ver una tarjeta identificadora; parecía que diversos trabajadores de Musukouri Tecnologics salían a aquel lugar a despejarse un poco.

El centro de la plaza estaba rematado con una imponente estatua de un dragón de tres cabezas, y por cada una de ellas surgía un potente chorro de agua que se elevaba varios metros en el aire antes de caer nuevamente.

Tras cruzar la plaza, Bruce entró en la recepción del edificio que, como no podía ser de otra forma, era enorme. Tras observar con curiosidad la decoración interior que se caracterizaba por mobiliario minimalista y de último diseño, el joven se acercó a una señorita de poco más de veinte años que esperaba con una sonrisa tras el mostrador.

La verdad era que la vestimenta de Bruce Wayne no era la más adecuada para entrar en un lugar como aquel, y desde luego no dejaba entrever la cantidad de dinero que tenía el joven. Su pelo enmarañado y sucio hacía días que necesitaba un lavado, al igual que el resto de su cuerpo o la ropa que portaba: vaqueros, camiseta y una camisa de cuadros. Todo esto solo quedaba levemente disimulado por una chaqueta de cuero con capucha. Desde que entrara por la puerta, los dos hombres que se encargaban de la seguridad, dos asiáticos robustos( uno de ellos demasiado gordo y el otro falto de pelo) no le habían quitado ojo de encima.

-¿Puedo ayudarle en algo señor…?- preguntó la joven en japonés, esperando a que el chico dijera su nombre.

Desde luego si la muchacha tenía algún problema por la vestimenta de Bruce no se le notó en absoluto.

-Wayne, Bruce Wayne. Quería ver al doctor Musukouri.- respondió el joven mientras soltaba en el suelo su macuto restando importancia a su apariencia. Afortunadamente el idioma no era un problema para él.

-Me… Me temo que el doctor Musukouri solo atiende a personas con cita previa.- respondió la joven, que empezó a ponerse algo nerviosa cuando Bruce dejó claro a quien quería ver.

Los dos tipos de seguridad enseguida se acercaron flanqueando a Bruce, quien estaba seguro de que no dudarían en sacarlo a rastras a la mínima de cambio. Aún así, Bruce no perdió los nervios, siguió mirando a la muchacha a los ojos.

-Le agradecería que le dijera a su jefe que Bruce Wayne está aquí. Estoy seguro de que me atenderá.- dijo con toda la calma del mundo.

-Vamos chaval, fuera de aquí. Deja de hacernos perder el tiempo.- dijo el calvo mientras cogía a Bruce por el brazo.

Bruce hizo un rápido giro sobre sí mismo y retorció el brazo del guardia para quedarse a la espalda de este, sujetándolo con fuerza con una sola mano. El pobre guardia, que no tenía ni idea de lo que había ocurrido, se quejaba ahora del dolor mientras le retorcían el brazo. El guardia gordo enseguida sacó la porra mientras se acercaba amenazadoramente hacia Bruce, pero el joven empujó levemente al guardia calvo haciendo que ambos tropezaran y cayeran de bruces al suelo.

-¡¡Te vas a enterar!!- gritó el guardia gordo enfadado cuando se hubo recuperado del golpe.

Los dos guardias echaron mano de sus porras y se acercaron a Bruce con mirada agresiva.

-¡Un momento!- fritó la joven recepcionista asustada, haciendo que los dos guardias pararan.- El doctor Musukouri… el doctor Musukouri quiere verlo…


Despacho del director, Musukouri Tecnologics, Tokyo.

El doctor Musukouri sin duda no era un hombre comedido, o por lo menos aquella era la imagen que trasmitía su ostentoso despacho. Este conservaba el estilo minimalista del edificio, pero los pocos elementos decorativos que ocupaban la estancia podían costar más que una casa completamente amueblada. Llamaba especialmente la atención una estatua a tamaño real: su arte era algo abstracto, pero Bruce no le costó identificar que la escultura era de dos samuráis que combatían. Su belleza solo podía ser aplaudida y admirada.
El despacho estaba ubicado en el punto más alto del edificio, que a su vez era un saliente. La habitación estaba construida casi completamente con cristal o un material similar, lo que permitía apreciar unas hermosísimas vistas.Eso sí, el poder ver el suelo a una altura de unos diez pisos no era algo que cualquiera pudiera soportar.

Y lo que sin duda debía ser un horror era el conseguir mantener aquella estancia tan reluciente como estaba.

Tras un hermoso escritorio blanco del siglo pasado, esperaba el doctor Musukouri. Al ver que Bruce atravesaba el umbral de la puerta con mirada curiosa el doctor no tardó ni un segundo en levantarse acudiendo a su encuentro.

-¡Oh, eres la viva imagen de tu madre, chico!.- dijo el doctor Musukouri llegando a la altura de Bruce con toda la intención de abrazarle pero entonces le tendió la mano con una sonrisa fraternal.- Perdona, ya eres lo bastante mayor para ser el señor Wayne supongo.

El doctor Musukouri era un hombre alto para ser japonés, aunque aun así más bajo que Bruce, de espalda amplia, aunque hacía tiempo que había descuidado su forma y ahora lucia una buena barriga (posiblemente a causa de tantas horas de sedentarismo). Carecía de pelo desde la frente hasta la coronilla, pero una espesa mata negra formaba un arco tras sus orejas, además lucía una muy cuidada perilla. Lo que más llamó la atención de Bruce fue la mirada de aquel hombre, trasmitía inteligencia y cariño, pero había algo más. Bruce no sabía exactamente qué, pero le producía un tanto de inseguridad.

-Puede llamarme Bruce.- cedió el joven cuando dejó de estrechar la mano del doctor, dibujándose en su rostro una pequeña sonrisa.

-Muy bien.- asintió satisfecho.- Entonces tú puedes llamarme Masaru.

La sonrisa de Bruce se amplió. El doctor Musukouri acompañó al joven Bruce, ofreciéndole un asiento mientras él se dirigía al suyo.

-¿Y qué te trae aquí, Bruce? Había escuchado terribles rumores sobre tu muerte.- dijo el doctor algo preocupado.

-Como ve los rumores exageraban.- contestó Bruce divertido. Pero enseguida el rostro de Bruce se transformó, posiblemente debido a recordar el porqué estaba en aquel lugar, y que circunstancias le habían obligado a comenzar su viaje.

-He venido a aprender de usted.- dijo Bruce directo al grano.- Es uno de los mejores ingenieros del mundo, y necesito reforzar mis conocimientos.

-Así que quieres unirte a Musukouri Tecnologics.- respondió el doctor alegre.

-No se ofenda doctor, pero no. Solo quiero mejorar mis conocimientos. Y no se preocupe, no los pretendo usar para hacerle la competencia.- dijo el muchacho intentando tranquilizar al que esperaba que fuera su tutor.

-Tu padre era un muy buen amigo Bruce. Puedes usar estos conocimientos como consideres oportuno.- respondió el buen doctor con una sonrisa mientras ofrecía su mano.

Los dos estrecharon sus manos. Bruce sonrió y enseguida desvió su mirada contemplando las vistas. El doctor parecía una buena persona pero había algo, algo que no dejaba tranquilo a Bruce.

La verdad era que la gente de la plaza desde aquella vista parecían hormigas.


Residencia de los Musukouri, Tokyo.

El doctor Musukouri no solo había sido tan amable de acogerlo como pupilo, si no que casi lo había obligado a que se quedara a vivir con él en su casa, la cual compartía con sus dos hijos. Al primero que había conocido había sido a Tadashi, tendría unos cuatro años menos que Bruce y una actitud de lo más vacilona. Era extraño, pero enseguida hicieron migas a pesar de que Bruce últimamente se había convertido en una persona no demasiado sociable. Tadashi era alegre, lleno de energía, un torbellino. Por su altura se podía adivinar que iba a superar a su padre, y es que ya casi medían lo mismo. Su físico era el de un atleta, posiblemente a causa de que no parara un minuto quieto, y su cabello era una media melena negra que ponía malo a su padre, que parecía desear que el chico se diera un buen corte.

Pero si buena había sido su primera impresión de Tadashi, mucho mejor fue la que tubo de Aiko. Aiko era una preciosa joven japonesa de finos rasgos.Era más baja que su padre y hermano, y por decirlo de alguna forma, a Bruce enseguida le recordó a una muñequita de porcelana. En cuanto vio sus grandes ojos negros Bruce se perdió en ellos, olvidándose de todo lo demás, siendo por unos segundos libre.

Más adelante Bruce descubriría que la madre de los niños, Narumi, había muerto al dar a luz al más joven de los hermanos. Aquello había causado que Aiko se convirtiera en una suerte de madre de la casa para un hermano que nunca conoció a su verdadera madre.
La verdad es que Bruce admiraba la alegría que se respiraba en una casa en la que todo podría haber sido pesar. Pero la familia Musukouri supo sobreponerse a la muerte de Narumi, y no solo se limitó a sobrevivir a ella, ahora eran una familia completamente feliz.

Respecto a la casa, Bruce no había esperado otra cosa: esta estaba situada en el barrio de Ginza, el cual se estaba convirtiendo en una especie de quinta avenida. Pero, no conformes con tener un piso, los Musukouri vivían en un edificio entero de doce plantas, estando las más bajas ocupadas por los sirvientes.

A Bruce le entregaron toda la 9ª planta para él solo, lo que enseguida le pareció excesivo. Al parecer Tadashi ocupaba la 10ª, la 11ª era de Aiko y la 12ª la del doctor Musukouri. La 9ª y 8ª eran plantas para invitados, mientras que en el resto de plantas había habitaciones de empleados, salones, comedores, un gimnasio, una piscina y diferentes rarezas, como una sala de cine. El edificio era increíble, de aquello no cabía duda, pero se notaba demasiado frío.Aunque toda esa frialdad que que cualquiera habría pensado que rodearía a esta familia por el hecho de cada uno tuviera su planta, realmente no existía. Bruce no tardó en darse cuenta de ello, y es que aquella noche, después de años, Bruce volvió a sentir que cenaba en familia. Era extraño, pues eran completos desconocidos, pero enseguida lo habían aceptado y ahora Bruce era uno más.


Laboratorio principal, Musukouri Tecnologics, Tokyo.

-¡Bravo Bruce!, sin duda has heredado la inteligencia de tu padre. Aunque tú pareces capaz de aplicarla a cualquier campo.- dijo el doctor Musukouri entre orgulloso y sorprendido.

Apenas llevaba unos meses en Tokyo, pero Bruce parecía absorber conocimientos de una manera sobrehumana. En robótica el chico mostraba bastante habilidad, al igual que en mecánica, y los software parecían ser parte de su propio ser. El tercer día había desarrollado su primer programa por sí solo, una suerte de base de datos para archivar los nombres de empleados de multinacionales, nada importante; pero no era tan sencillo desarrollar un programa en tan poco tiempo, con poco aprendizaje y los impedimentos de la época.

El doctor sabía que Bruce podría conseguir todo lo que se propusiera. Era un hombre constante, quizás un poco obsesivo, pero aquello lo hacía aún más capaz. Por no hablar de lo brillante que era, aunque no era solo que tuviera un don: todo lo que había conseguido había sido mediante esfuerzo, el esfuerzo de una vida dedicándose a ampliar sus conocimientos.

El doctor Musukouri instó a Bruce a parar para almorzar, pero el joven no quiso hacerlo hasta que acabara lo que tenía entre manos, que en este momento era un comunicador de radio de corto alcance. Así era siempre el hijo de Thomas Wayne, hasta que no acababa lo que había comenzado no se detenía.


Dojo Yoshin, Tokyo.

-Otra vez, señor Wayne.- Ordenó el sensei Hakamo.

Bruce repitió por vigésima vez la coreografía que le había enseñado su sensei. El sensei Hakamo era un hombre severo, duro como una piedra. Bruce no le había visto sonreír ni una sola vez. Puede que fuese un tanto seco y estirado, pero su habilidad en las diferentes artes marciales que enseñaba era simplemente increíble. Bruce había intentado comprar al maestro para tenerlo solo para él con una gran suma de dinero, pero aquello no era lo que buscaba Hakamo: él solo buscaba gente hábil y perseverante con la que compartir sus conocimientos; y Bruce había demostrado ser aquello y mucho más, aunque eso no cambiaba el hecho de que el sensei siguiera siendo realmente muy malo a la hora de relacionarse.

Hakamo asintió satisfecho pasándole una toalla a su pupilo y se retiró, parándose un instante en el umbral de la puerta.

-Mañana a la misma hora, señor Wayne. Sea puntual.- dijo el sensei cortante antes de desaparecer.

Bruce jamás había llegado tarde a sus citas con el sensei, pero eso no impedía que aquel hombre le recordara ser puntual todas y cada una de las veces que habían quedado.

Tras una ducha rápida, Bruce cogió su macuto para dirigirse al edificio de los Musukouri. Le dolía todos y cada unos de los músculos de su cuerpo, incluso algunos cuya existencia desconocía, pero aquello era bueno, significaba que el entrenamiento funcionaba.

Bruce podía haber vuelto en trasporte público, pero aquella tarde-noche decidió que le apetecía caminar. Eran unos cuarenta y cinco minutos de paseo, pero no le iba mal de vez en cuando darse el paseo para que le diera un poco el aire, para poder respirar, y porqué no, ver aquella magnifica ciudad.

Bruce siempre se sorprendía con el comportamiento de los japoneses, tan serios en el trabajo, tan cerrados para establecer nuevas relaciones, pero tan abiertos con sus conocidos. El joven se cruzó con un grupo de oficinistas que parecía que habían dedicado las horas posteriores al trabajo a beber cerveza y entretenerse en un karaoke cercano. Aunque ya habían salido de él, ellos seguían cantando.

Mientras caminaba observando con curiosidad el ambiente de la noche tokiota, Bruce se percató de un griterío que se salía de lo normal. Enseguida se acercó al callejón del que procedían, un oscuro trecho que separaba dos calles bastantes más amplias. Las luces hacía tiempo que habían dejado de funcionar, y no parecía que a nadie le importara. El lugar olía a orina mezclada con fritura, posiblemente porque la puerta trasera de varios restaurantes daba a aquel mismo callejón. Bruce pudo ver como dos hombres de mediana edad forcejeaban con una joven a la que le intentaban quitar el bolso. Uno de ellos portaba una pistola, y aquello llevó a Bruce a otro lugar, a otro tiempo. Todo pareció detenerse, por un momento Bruce se volvía a ver como un niño, los asaltantes eran monstruos, y la chica sus padres(3). Pero Bruce ya no era un niño. Como si de una pantera, u otra bestia felina se tratara, Bruce embistió con furia a los atacantes, pero no era una furia descontrolada. El joven hacía tiempo que había aprendido a canalizar su rabia, a catalogar el nivel de peligro de los enemigos; a descubrir cómo sobrevivir, pues de poco serviría tanto entrenamiento si permitía que uno de aquellos bastardos lo matara a la primera de cambio. Con una medida patada, Bruce hizo que la pistola volara de la mano de uno de los atacantes para, acto seguido, girar sobre si mismo aprovechando el movimiento e impactando con otra patada en el pecho del atacante que forcejeaba con el bolso, haciendo que este cayera de espaldas al suelo.

->¡¿A ti qué coño te pasa?!<- gritó furioso el hombre que había perdido la pistola y que ahora se masajeaba la dolorida mano.

Bruce le hizo una llave por toda respuesta, haciendo que el hombre cayera sobre unos cubos de basura que rodaron por el suelo al impactar el hombre.

-¿Bruce?- Preguntó la mujer.

Bruce creyó reconocer a su madre en aquella japonesa pero no era ella; obviamente, no podía ser ella. Pero cuando la confusión pasó y los ojos de Bruce se acostumbraron a la penumbra, el joven americano se dio cuenta de que conocía a la chica.

-Aiko, ¿Qué hacías aquí?- Preguntó Bruce.

-Vaya, vaya… Parece que el principito americano conocía a la chica, fíjate…- dijo el primero de los matones en caer. El hombre se había recuperado y había aprovechado el momento de distracción de Bruce para coger la pistola con la que ahora los apuntaba.

-No… No…. Te daré… Te daremos lo que quieras.- Dijo nerviosa Aiko, que ahora no solo temía por su vida, sino por la de su amigo.

-Ese momento ya pasó preciosa.- dijo el hombre sonriendo con malicia.- Yen, ¿estás bien?- preguntó a su compañero, pero este estaba inconsciente después del ataque de Bruce. Pero el maleante había cometido un gran error dejando de prestar atención a Bruce, quién enseguida había localizado cerca de él una de las tapaderas de los cubos de basura que habían rodado por el suelo. La cogió y la lanzó contra el asaltante desarmándolo en el acto. Éste se quejó con un chillido pero poco más pudo hacer, pues con un fuerte puñetazo Bruce lo derribó, haciendo que perdiera la consciencia en el acto.

-Tranquila, ya está.- Se limitó a decir Bruce acercando su mano al cabello de la chica, preocupado por esta.

La chica se abalanzó en el acto sobre Bruce, abrazándolo.

-Ya está…- Siguió diciendo el joven mientras acariciaba la espalda de la chica, tranquilizándola.

Y así estuvieron un rato, metidos en una burbuja que hacía que no vieran nada más. Ni a los dos inconscientes hombres que les hubieran atacado instantes antes, ni el horrible olor de la calle, ni si quiera algunos curiosos que se acercaban a ver qué había ocurrido. Finalmente los jóvenes se separaron mirándose a los ojos. Fue un momento totalmente íntimo a pesar de lo que los rodeaba, pero un hombre se interesó por ellos rompiendo sin querer la magia del momento.

-Estamos bien… Gracias.- Dijo Bruce.- ¡Vámonos!

Acto seguido los dos jóvenes abandonaron el lugar para dirigirse a casa unidos de la mano.


Speed Racer Karts, Tokyo.

Habían pasado semanas desde que asaltaran a Aiko, y que Bruce la salvara en aquel momento solo había hecho que este fuese aun más apreciado en la familia. Especialmente por Tadashi, quien lo veía como un héroe. Además, ahora que Bruce y Aiko habían empezado a salir, Tadashi lo consideraba totalmente un hermano.

De alguna forma Bruce se había relajado. Si, no olvidaba sus obligaciones en Musukouri Tecnologics ni en el Dojo Yoshin, pero por primera vez desde hacía mucho tiempo se permitía disfrutar de la vida. Casi podría decirse que empezaba a encontrar una paz que hacía mucho olvidada.

Aquella tarde era una buena muestra de ello. El doctor Musukouri había permitido a Bruce salir antes tras los ruegos de Tadashi para que lo llevaran a los karts, algo que el joven nipón casi había obligado a Bruce a prometerle en los primeros días en los que se había conocido. Y allí estaban ahora los cuatro, los tres miembros de la familia Musukouri y Bruce disfrutando de una tarde familiar.

Bruce se sentó en el kart después de ajustarse los guantes y el casco bajo la atenta mirada de Aiko. Por delante suyo estaban Tadashi y su padre colocados en sus propios vehículos. El gothamita sonrió, si creían que por su amistad les iba a dejar ganar iban listos. En cuanto la luz de salida dio la señal padre e hijo arrancaron con fuerza; no así Bruce, que si bien no los perdía de vista, había preferido empezar suave, estudiando los movimientos de sus adversarios. Estaba claro que, en un juego como aquel y siendo conductores no expertos, el estudiarlos podía parecer algo absurdo:  no había trucos de los que fueran a echar mano, no había trazados marcados, era todo un poco caótico. Pero, aun así, todo el mundo seguía unas pautas, si se estudiaba con detenimiento se podía ver. Por ejemplo, que Tadashi siempre se pegaba más a la derecha o que el doctor Musukouri tenía la tendencia de frenar y abrirse mucho antes de una curva. Tras un breve estudio de sus rivales, Bruce los adelantó sin dificultad alguna, haciendo que ambos se quedaran anonadados. No en vano, el joven americano había pasado largo tiempo mejorando su conducción en Alemania y Argentina.

-¡¡Eres increíble!! ¡Deberías apuntarte al campeonato de fórmula uno! ¡Nelson Piquet(4) no podría hacer nada contra ti!- dijo entusiasmado el más joven de los Musukouri gesticulando muchísimo.

Bruce simplemente le restó importancia algo ruborizado mientras el doctor sonreía.

-Sin duda es otro de tus muchos talentos Bruce ¿Dónde has aprendido a conducir así?- preguntó el doctor interesado.

-Bueno, aquí y allá. Es uno de mis hobbies.- dijo Bruce clavando la mirada en Aiko, que se acercaba en aquellos momentos.

Aiko llegó a la altura de los tres pilotos con refrescos. Tras entregárselos a su padre y hermano, le dio el suyo a Bruce acompañado de un beso.

-Es usted una caja llena de sorpresas, señor Wayne.- dijo la joven pícara.


Despacho del director, Musukouri Tecnologics, Tokyo.

Los cristales del ostentoso despacho del doctor Musukouri se tintaron de negro, haciendo que fuera del todo imposible que nadie viera lo que este hacía dentro, proveyéndolo así de la privacidad que necesitaba.

El doctor se sentó en su silla y se ajustó bien la corbata. Le gustaba estar impecable para aquellos temas, a pesar de que su receptor ni si quiera lo iba a ver. Entonces tecleó en su ordenador hasta abrir un programa cifrado que tenía en él.

##El Búho Nival se ha conectado.##

Búho Pigmeo del Norte.: Parece que estamos todos.

Búho Real:Que nuevas traes.

Búho Nival: El joven Wayne sigue siendo una gran incógnita para mí, es diferente a su
padre. Pero no sé si accederá. Sin duda tiene un gran potencial. Uno que está
desaprovechando.

Búho Enmascarado: Sigo teniendo serias dudas sobre esto. Nos estamos exponiendo sin
sentido.

Búho Pigmeo del Norte: Tenemos mucho que ganar y poco que perder. Solo es un niño perdido.

Búho Chico: Thomas fue un estúpido, esperemos que su hijo no haya heredado ese rasgo.

Búho Real: Procederemos como acordamos pues. Pon a prueba al joven Wayne y más adelante decidiremos el siguiente paso.

Búho Chico: Cambiando de tema, ¿Para cuándo vamos a hacer desaparecer a industrias Queen? No deja de fastidiarme todo tipo de acuerdo armamentístico.


El doctor Musukouri se alejó un poco de la mesa impulsando su silla hacia atrás, que gracias a las ruedas se deslizó suavemente. Entonces se masajeó la sien. Por fin podría ofrecer a Bruce aquella gran oportunidad. Pero… ¿La aceptaría? Si lo hacía, su familia estaría completa y su felicidad sería absoluta. Pero si no lo hacía podía destruir su familia.

Bruce era un joven inteligente y con muchísimo potencial, solo esperaba que no fuera tan estúpido como su padre. Solo esperaba que no le arrojara la oportunidad de su vida a la cara.


Karaoke-bar Tanoshishi, Shinjuku, Tokyo.

El Karaoke-bar Tanoshishi estaba repleto, como siempre. Multitud de oficinistas venían a este popular establecimiento en la zona con más vida nocturna de Japón, mientras que en sus numerosas salas privadas solo se reunían los más acaudalados. En una de aquellas salas, la más grande, de unos diez metros cuadrados, se había reunido casi una veintena de hombres que celebraban su última inversión, la cual los iba a convertir en hombres muy poderosos.

-¡¡Por Shinta!!- dijo un japonés muy feo y gordo alzando su copa.- ¡¡El hombre que no solo nos va a llevar a lo más alto de la Yakuza!! ¡¡¡Nos la va a dar!!!

El resto de hombres alzaron sus copas brindando con júbilo, muchos de los cuales empezaron a palmear a Shinta, un hombre alto y canijo, con cara de rata. Shinta enseguida los empezó a calmar con rostro sereno, aunque éste hacía tiempo que se había enrojecido a causa del alcohol. Finalmente, consiguió ese silencio deseado.

-¡¡Esos malditos bastardos ni si quiera se lo esperan!!- gritó divertido entre risas.

El resto empezó a reír y se iba a lanzar a armar un buen alboroto, pero una voz hizo que se contuvieran. Una voz que parecía salida del averno y que les heló la sangre.

-Me temo que si se lo esperaban…

Los hombres se dieron la vuelta hacia la ventana, donde un hombre se hallaba sentado en el alfeizar. Una de sus manos se apoyaba en el marco, mientras que la otra se escondía a ¿¿su espalda??. El hombre iba completamente de rojo, con una especie de traje de ninjitsu con dos katanas, y solo se le podían ver sus fríos ojos negros. Su constitución era la de un hombre muy entrenado, un atleta de alta competición.

-¡¿Quién coño eres tú?!- Preguntó el único hombre que consiguió reaccionar.

-Es… Es…- Empezó a tartamudear otro sin llegar a completar su frase.

-Creo que tu amigo me conoce.- Dijo el ninja divertido.

La mano que se escondía al otro lado de la ventana salió a la luz, sosteniendo una cabeza que enseguida lanzó al resto de la sala, haciendo que los hombres empezaran a gritar.

-¡Es Akuma!- Consiguió por fin gritar aterrado el hombre que tartamudeaba instantes antes.

-Ha matado a Shiro…

Akuma desenfundó sus katanas y enseguida asesino a los dos hombres que tenía más cerca. La mayoría intentó salir, pero la puerta estaba atrancada. Akuma era un asesino letal, y ninguno de aquellos podía hacerle frente, ni siquiera le servirían como sparring, pero que estuvieran aterrados buscando una salida solo le facilitaba su labor.

-Me temo que todo su plan se ha torcido.- dijo Akuma mientras degollaba a otro hombre.- Shiro fue interceptado, y todos los documentos que planeaba utilizar para chantajear a la Yakuza…

Akuma atravesó a otros dos hombres.

- …Han sido destruidos.- Concluyó mientras esquivaba el ataque de un valiente que enseguida acompañó a sus compañeros en la muerte.

Poco a poco, todos y cada uno de los hombres murieron, dejando al Ronin y a Shinta cara a cara. Al otro lado de la ventana se podían escuchar las sirenas de la policía, habían llegado bastante rápido, pero daba igual.

-Déjame vivir, te pagaré…- Suplicó Shinta.

-Ha sido un estúpido.- Se limitó a decir Akuma mientras separaba la cabeza de Shinta de su cuerpo.

La policía empezaba a golpear la puerta, pero aun así el letal asesino no tuvo prisa, tomó un trago de una botella de sake y después guardó la cabeza de Shinta cuidadosamente en la chaqueta del mismo hombre que usaría a modo de bolsa.

Continuará...

Referencias:
1.- Tres han sido los portadores del manto de Robin: Dick Grayson, ahora conocido como Nightwing, fue el primero de ellos. El fallecido Jason Todd fue el segundo. Y el tercero y actual Robin, Tim Drake.
2.- Thomas y Martha Wayne son los fallecidos padres de Bruce Wayne
3.- Supongo que no hay que explicar cómo murieron los padres de Bruce Wayne, ¿no? ^__^
4.- Nelson Piquet, corredor brasileño de Fórmula Uno que ganó el campeonato del 81, 83 y 87. Recordamos que esta historia se sitúa en el pasado.

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