Adam Strange Especial nº 01

Título: Corre, Adam, corre!!
Autor: Jeronimo Thompson
Portada: Jose Baixauli
Publicado en: Febrero 2013

Únete a Adam Strange en una carrera contra el reloj (espacio-temporal) cuyo resultado decidirá el destino del planeta Rann. ¡Corre, Adam, corre!
Atrapado por un extraño rayo de energía, el arqueologo Adam Strange es transportado al lejano planeta Rann. Alli termina encontrando su verdadero destino, como defensor de su pueblo. ¡Y así su nombre pasó a la leyenda!
Creado por Gardner Fox y Mike Sekowsky

Nota del autor: Este número pretende ser independiente y autoconclusivo, aunque bien es cierto que la situación en la que se encuentra nuestro héroe protagonista al inicio del mismo es consecuencia directa de una historia anterior; para más señas, la saga “¡El Ataque de los Hombres Halcón!”, publicada en los números 13 a 18 de Green Lantern. En principio, no deberías tener demasiados problemas para leer este número sin necesidad de saber nada más que lo que en él se cuenta, pero si finalmente resulta que no he sido tan hábil a la hora de hacerlo accesible, o simplemente sientes curiosidad por conocer algo más sobre los acontecimientos que lo precedieron, ya sabes dónde encontrar más información :) 

Aleea sonríe brevemente cuando me despido de ella agitando una mano, pero no hallo alegría en sus ojos enrojecidos. Pienso en decir alguna tontería, cualquier cosa que devuelva esa sonrisa fugaz a su cara redonda y pequeña. Sin embargo, la puerta se desliza lateralmente antes de que llegue a separar los labios siquiera, aislándome en esta habitación contigua al laboratorio. Una habitación pequeña, bien iluminada pero maloliente. El laboratorio de Sardath no ha escapado indemne al ataque thanagariano(1), y como no tardo en descubrir, el olor a cable quemado parece haberse concentrado en este sitio. Aunque mejor aquí que fuera, al otro lado de la puerta que está a mi espalda, donde me aguarda todo un mundo congelado en el no-tiempo. Si no me equivoco, el laboratorio y esta habitación que lo comunica con el exterior son el único reducto de tiempo “real” que queda ahora mismo en Rann. Y todo gracias a uno de esos pequeños artefactos que diseña mi suegro para afrontar cualquier tipo de emergencia.

Si me detengo a pensarlo, resulta difícil creer que todo fuera perfecto hace poco más de una hora. John(2) se había unido a nosotros para desayunar después de su inmersión de dos meses en el Tanque(3); como quien dice, un Green Lantern nuevo(4). Teníamos una charla agradable. El día era luminoso... Joder, si hubiera pájaros en Rann podrían haber estado cantando. Y entonces, el ataque de la flota thanagariana. Una auténtica masacre imposible de detener por medios convencionales. Afortunadamente, Sardath puede ser muchas cosas, pero convencional nunca ha sido una de ellas. Mi suegro tenía un as en la manga dispuesto para ser jugado en una situación extrema; en una situación como ésta. El Rayo Omega. Un Rayo Zeta(5) más que mejorado capaz de trasladar planetas enteros de un lugar a otro del universo. ¿Y qué mejor ocasión para probarlo que con Rann al borde de la aniquilación?

El plan era perfecto: el planeta, con toda su población, se trasladaría a un sistema estelar deshabitado, mientras los invasores se quedaban atrás para disfrutar del bonito agujero negro que dejaría Rann al marcharse. El problema es que los invasores consiguieron hacernos mucho daño antes de que pudiéramos escapar del sistema Alfa Centauri. Pero mucho.

Mentiría si dijera que he entendido todo lo que me ha contado Sardath sobre el malfuncionamiento del Rayo Omega, pero creo que al menos he cogido lo fundamental. Según parece, dos de los cuatro dispositivos que necesitaba la aplicación del Rayo Omega fueron dañados durante el ataque y no resistieron la tensión generada por su activación. Cuatro dispositivos que venían a realizar una especie de “triangulación” espacio-temporal, y que por tanto eran necesarios para, una vez puestos en marcha, llegar a donde teníamos que llegar.

Resultado: no estamos yendo a ningún sitio. Desplazamiento espacial igual a cero, pero el temporal... eso ya es otra cosa.

Sardath me lo ha explicado de una forma muy gráfica: Imagina, Adam, que Rann es una bala y el tejido temporal una tela elástica; pues bien, el Rayo Omega nos ha disparado hacia el pasado a una velocidad extremadamente alta, que sin embargo va disminuyendo a medida que retrocedemos en el tiempo. De esta manera, llegará un punto en el que el planeta “se detendrá”, es decir, surgirá en el mismo lugar donde estábamos, sólo que varios millones de años antes. Esto sería ya un problema por sí solo, pero me temo que la situación es aún más grave: no permaneceremos allí mucho tiempo, porque de forma casi inmediata, la “tela elástica” nos va a lanzar hacia adelante como un tirachinas, y si entonces no estamos preparados, Adam, nada podrá detener nuestro viaje hacia el futuro por toda la eternidad del no-tiempo.

No suena muy bien, pero lo más gracioso es que Sardath ya sabía que esos dispositivos estaban dañados cuando puso en funcionamiento el Rayo Omega. Sin embargo, decidió que este destino tan poco halagüeño era preferible a ser aniquilado por la flota thanagariana, y probablemente tenía razón.

-##Tres minutos-estándar para la reentrada, Adam## –me dice Sardath a través del comunicador del casco.

Ahora tengo una misión, y del éxito de la misma depende el destino de todos los habitantes de este planeta, entre los que se encuentran mi mujer y mi hija. Si esto no es trabajar bajo presión, no sé qué puede serlo.

Mi objetivo es sencillo, aunque no fácil de conseguir: redirigir un satélite de telecomunicaciones para proporcionarle a la máquina de Sardath los datos de situación que necesita para devolver a Rann a su correcta posición espacio-temporal. Y bueno, para ello no tengo más que salir de esta habitación en cuanto reaparezcamos en el continuum, volar unos kilómetros hasta el puerto más cercano, tomar una aeronave y llegar hasta el satélite que se encuentra en órbita geoestacionaria. Y por supuesto, todo esto antes de que el “tirachinas” nos dispare hacia adelante a través del no-tiempo, congelando de nuevo a todos los habitantes del planeta Rann en el proceso, yo incluido. Si no logro cumplir mi objetivo antes de que eso ocurra... Bueno, nadie se va a enterar, eso es cierto.

-##Un minuto-estándar, Adam##.

Me vuelvo hacia la puerta de salida de la habitación mientras bajo la visera de mi casco y ajusto los sistemas de propulsión del traje. Todo debe estar listo para salir de aquí en el momento en que hagamos la reentrada. Según los cálculos de Sardath, dispongo de exactamente 11 minutos y 37 segundos antes de que Rann reinicie su traslación por el no-tiempo, esta vez en sentido contrario.

Y no, a mí tampoco me parece tiempo suficiente para hacer todo lo que se supone que tengo que hacer, pero eso explícaselo a las Leyes de la Física.

-Nos vemos dentro de un rato –digo con voz confiada, aunque sin tratar de convencer a nadie.

-##Te quiero, Adam## –oigo sollozar a Alanna. Tras una breve pausa, es Sardath quien exclama: -##¡Ahora, Adam!##-.

Presiono con fuerza el botón de apertura de la puerta, para arrojarme a continuación hacia el pasillo escasamente iluminado que me dirige en línea recta hasta las habitaciones privadas de Sardath que, como no podía ser de otra forma, permanece siempre cerca de su laboratorio. Al irrumpir en ellas corriendo tropiezo con un servobot de limpieza, que fiel a su programa básico, y al parecer ignorante del ataque invasor que ha sufrido la ciudad-estado de Rannagar, se afana en el arreglo del amplio salón de su programador. Así que caigo al suelo de costado arrastrando una pequeña mesa flotante conmigo, pero me levanto rápidamente para saltar sobre una especie de sillón que también flota a un palmo de suelo y disparo una ráfaga de fotones de impacto contra el enorme ventanal que da al exterior. Envuelto en una nube de pequeños fragmentos de metalocristal, atravieso el ventanal y me precipito hacia el jardín de pseudo-abedules que crece a la entrada de esta torre, unos quinientos metros más abajo. O al menos eso intuyo, porque aquí fuera la oscuridad es absoluta. A la luz del foco insertado en la placa pectoral de mi traje, llego a la conclusión mientras caigo de que me he sumergido en un humo denso de color carbón, resultado de alguno de los numerosos incendios que deben de estar asolando Rannagar.

Y aparte es de noche, por supuesto. Tal y como Sardath dedujo que sería.

Rann ocupa ahora, millones de años en el pasado, la misma posición que ocupaba cuando el Rayo Omega entró en funcionamiento, pero hay que tener en cuenta que los sistemas estelares se mueven, las galaxias se mueven y, en último término, el universo se expande. No es de extrañar que no estemos ni remotamente cerca de la Alfa Centauri de esta época, como tampoco lo estamos de ninguna otra estrella que haya brillado jamás en el cielo nocturno de Rann o la Tierra. Al fin y al cabo, el universo está vacío en su mayor parte, y gracias a eso, la probabilidad de que reentráramos en el interior de una estrella o en medio de un campo de asteroides era casi despreciable.

Así que es de noche, más de noche de lo que nunca ha sido, y para ponerme las cosas aún más difíciles, el humo que me rodea hace que mi visibilidad sea completamente nula. Quizá podría dejarme caer hasta que la humareda se aclare unos metros más abajo, pero ésa sería una pérdida de tiempo que no me puedo permitir. Sin más dilación, activo el sistema de propulsión del traje y salgo disparado en la dirección que mi selector de ruta ha elegido como óptima para llegar al puerto espacial lo antes posible. Totalmente a ciegas, eso sí. Confío en no estrellarme contra ninguna de las naves de defensa o grupos de rocketeers que hasta hace sólo unos segundos “reales” combatían desesperadamente contra los thanagarianos. No quisiera que mi misión acabara en fracaso tan pronto, y sobre todo, de forma tan ridícula.

De esta manera, abandono la columna de humo que, ahora descubro, se eleva reptando por la pared occidental de la torre desde su misma base: el jardín de pseudo-abedules, que en otro contexto bien podría considerarse un bosque, se consume lentamente pasto de las llamas. Y desde mi posición privilegiada, desplazándome como un cohete a cientos de metros sobre el nivel del suelo, soy por fin consciente de la magnitud de los daños causados por el ataque thanagariano. Es noche cerrada en Rannagar, pero tanto el sistema de iluminación nocturna de las torres, activado de forma automática al desaparecer Alfa Centauri de nuestro cielo, como los innumerables incendios que encuentro dondequiera que mire, me muestran en todo su macabro esplendor el infierno que han desatado esos malnacidos.

La ciudad está medio arrasada. Avalanchas de escombros caen desde las torres incrementando el número de víctimas en los niveles inferiores. Rannianos cubiertos de sangre gritan su dolor al fuego que todo lo consume. Cientos de vidas que se han perdido y que siguen perdiéndose mientras observo este espectáculo dantesco desde el cielo sin estrellas. Vidas que podría ayudar a salvar si me uniera a esos grupos dispersos de rocketeers que ponen todo su empeño en resolver una situación que claramente les sobrepasa.

Pero ésa no es mi misión.

Por muy duro que pueda resultarme debo ignorar todo el sufrimiento que encuentre en mi camino, porque si no lo hago, si me detengo aunque sólo sea un instante para tratar de salvar a alguien, es más que probable que no llegue a ese satélite. El tiempo se acaba, literalmente, y después no habrá más. De ningún tipo. Así que me concentro en seguir la ruta trazada por el selector de mi uniforme, optimizando mi vuelo para que resulte perfecto y no pierda un segundo más de lo necesario en alcanzar el puerto espacial.

Sin embargo, cuando por fin me aproximo a mi destino, el estómago me da un vuelvo con doble tirabuzón: el amplio complejo de formas esféricas que constituye el puerto espacial más importante de Rannagar ha sido arrasado y convertido en una improvisada pira. Como ya me temía, uno de los primeros objetivos de los thanagarianos, aunque aún mantenía la esperanza de que al menos una parte siguiera en pie.

Modificando unos grados mi trayectoria, me escoro hacia la derecha en dirección a mi segunda opción: un pequeño puerto deportivo que según descubro poco después, permanece intacto junto a un lago artificial donde los rannianos más pudientes practican regatas y pesca submarina. Llegar aquí, sin embargo, me ha supuesto 43 segundos de más que no sé si me puedo permitir.

Mi aterrizaje sobre la pista principal dista mucho de ser elegante, pero tras un par de rebotes contra el suelo, consigo estabilizarme lo suficiente como para hacer una rápida evaluación sobre el terreno. Según observo, no soy el único que ha recordado la existencia de este puerto: una multitud de rannianos, todos ellos civiles, corren por la pista a la caza de una nave libre que les permita huir del caos en el que se ha convertido esta ciudad-estado. Y como no podía ser de otra forma, la violencia se desata alrededor de los vehículos entre los diferentes grupos que tratan de hacerse con ellos, en muchos casos recurriendo al uso de las armas. Tras echar un segundo vistazo, me decido por una pequeña lanzadera tipo Volantis que se encuentra relativamente cerca de mi posición, y sé que cuenta con la suficiente potencia propulsora como para permitirme alcanzar mi objetivo en el tiempo de que dispongo. Aunque no va a resultar fácil conseguirla.

Con un sólo pulso de eyección, salto los doscientos metros que me separan de la nave para colocarme justo entre los dos grupos que se la disputan. No necesito más que unos segundos para hacerme una idea bastante exacta de la situación: por un lado tres individuos, a todas luces miembros de la clase alta de Rannagar, armados con disparadores láser; por el otro, una pareja con dos niños pequeños, que situados ya sobre la rampa de subida, defiende su posición con la ayuda de unos ridículos cortadores vitriólicos de cocina.

Mis movimientos son rápidos. Primero, disparo una descarga de fotones de impacto sobre los tres atacantes, que por supuesto no es mortal pero los deja maltrechos sobre el suelo pulido. Segundo, me lanzo hacia la rampa, y provocando que la tímida sonrisa de agradecimiento de la madre se congele en su rostro, agarro al menor de sus hijos y lo dejo caer desde apenas un metro de altura, también sobre la pista. Cuando instantes después me vuelvo desde el habitáculo de acceso a la lanzadera, compruebo cómo la pareja y su otro hijo ya han abandonado la rampa para recoger al pequeño, momento que aprovecho para accionar el mecanismo de retirada de la rampa y cierre hermético de compuertas.

Supongo que si tuviera tiempo para detenerme a pensar sobre lo que acabo de hacer, el sentimiento de culpa y la certeza de que he condenado a esa familia a un futuro más que incierto me inmovilizaría aquí mismo, junto a la compuerta de entrada. En cambio, me dirijo hacia la cabina de pilotaje, y tras deshacerme de forma apresurada de las partes del uniforme que me impiden acomodarme en la butaca del navegante, ejecuto el protocolo de despegue.

Falta 5 minutos y 12 segundos.

Sentado frente al panel de control, introduzco las coordenadas orbitales del satélite al tiempo que activo la función de vuelo autodirigido. De forma inmediata, la Volantis se eleva por acción de sus repulsores magnéticos hasta sobrepasar en cuestión de segundos la altura de las torres circundantes. Poco después, ya en cielo abierto, la nave practica un giro de noventa grados sobre su eje transversal hasta orientar la cabina del navegante hacia las estrellas. Con un sordo crepitar, inicia la combustión de hidrógeno en las turbinas de cola lanzándome como una flecha hacia mi objetivo.

El corazón martillea en mi pecho con auténtico frenesí, a pesar de que intento relajarme durante los dos minutos que va a durar este vuelo. Un tiempo muerto en mi carrera contra el reloj que debería aprovechar para recuperar el aliento y examinar con detalle mis próximos pasos. En principio, lo más difícil ya está hecho. Lo peor que podría ocurrir ahora es que el satélite al que me dirijo hubiera sufrido algún daño durante el ataque thanagariano. Sin embargo, trato de tranquilizarme pensando que aunque esto fuera así, aún dispongo de tiempo suficiente para dirigirme a un segundo satélite de telecomunicaciones elegido por Sardath, situado a no más de un minuto de vuelo del primero. La probabilidad de que ambos estuvieran inutilizados...

¿Tengo las manos manchadas con la sangre de la familia que he abandonado en el puerto deportivo? Resulta fácil anteponer la supervivencia de todo un planeta a la de una sola familia, sobre todo cuando ese “planeta” incluye a mi mujer y mi hija, ambas completamente a salvo en el laboratorio de Sardath, pero ¿y si fueran ellas las que tuvieran que quedarse en esa pista abandonadas a su suerte? ¿Hubiera actuado de otra manera? ¿Les hubiese dedicado al menos uno de mis preciosos minutos antes de iniciar esta ascensión hacia el satélite?

Basta. No puedo hacerme esto. Ahora no, por lo menos.

La Volantis deja atrás las capas más tenues de la atmósfera de Rann cuando decido que ha llegado el momento de colocarme de nuevo en el habitáculo de acceso a la lanzadera, listo para salir al exterior tan pronto como ésta alcance su objetivo. Y efectivamente, sólo unos segundos después, puedo verlo ya a través del ventanuco de la compuerta. Tras comprobar todos los sistemas del uniforme, abandono la nave.

El satélite de comunicaciones, un cubo metálico de no más de dos metros de lado, se muestra aparentemente inmóvil a pesar de su traslación orbital. Un par de luces de color rojo parpadean en uno de sus vértices indicando su correcto funcionamiento, de manera que cuando aproximo mis manos a la cobertura de plástico opaco que protege la consola de configuración, me resulta muy difícil no dejarme llevar por la euforia: redirigir este satélite para que le proporcione al Rayo Omega de Sardath los datos que necesita no debería de llevarme más de un minuto de los tres que aún...

-¿Quién eres? ¿De dónde ha salido este planeta? –me pregunta una voz con marcado timbre metálico a través del comunicador del casco.

Resistiéndome a creer que alguien haya podido colocarse a mi espalda donde poco antes sólo había vacío espacial, me giro y descubro una figura desconcertantemente familiar a dos metros escasos de mí. Inmediatamente, la pistola que llevo sujeta a la cintura salta a mi mano dispuesta a volar su cabeza. Sin embargo, el puto Manhunter(6) se adelanta lanzándome un rayo de pura energía esmeralda.

La descarga acierta de lleno en mi mano enviando la pistola a varios metros de distancia, pero no es su pérdida lo que provoca que mi estómago se encoja como si acabara de recibir un tiro en las tripas: a mi derecha, el satélite humea rotando de forma incontrolada tras el impacto que también ha sufrido por efecto de la descarga.

-¡Hijo de puta! –exclamo arrojándome sobre el Manhunter no estoy muy seguro de con qué intención, pues resulta evidente que no tengo ninguna oportunidad contra él desarmado como estoy. -¿¡Sabes lo que has hecho!?-.

El robot se deshace de mí con extremada facilidad, aprovechando mi propio impulso para enviarme por encima de su cabeza.

-No, no lo sé –responde serenamente volviéndose hacia mí. –Pero me gustaría saberlo-.

Más angustiado que enfurecido por la inesperada intervención del Manhunter, me doy cuenta de que sólo falta un minuto y medio para el salto y nunca podré alcanzar el segundo satélite a tiempo. Mi primer impulso es embestir de nuevo al jodido robot para liberar toda la rabia y frustración que palpita en mis sienes, y con este propósito, busco mecánicamente la pistola que a estas alturas debe de seguir su propia trayectoria de reentrada en la atmósfera de Rann. Un gesto inútil, que sin embargo consigue que repare por primera vez en que mi mano permanece intacta tras recibir el rayo del Manhunter. Como resultado, afloran en mi cabeza una serie de preguntas que debería haberme planteado antes: ¿por qué el robot no ha destrozado mi mano al desarmarme? ¿por qué no me ha matado directamente para eliminar la amenaza que pueda suponer para él? ¿y por qué se limita a defenderse sin atacar él primero? Cuestiones que pronto concluyo comparten una única respuesta: hemos viajado millones de años hacia el pasado, el Green Lantern Corps no existe todavía... ¡y los Manhunters aún no se han rebelado contra los Guardianes del Universo!(7)

-¡Espera un momento! –grito exaltado. -¿Eres el agente de Oa en este sector?

-Efectivamente –asiente el Manhunter. –Pero soy yo quien hace aquí la preguntas: ¿quién eres y de dónde ha salido este planeta? –repite aproximándose lentamente hacia mí.

Faltan 48 segundos.

-Yo... Nosotros venimos del futuro –empiezo a decir atropelladamente señalando hacia Rann. –Nos atacaron, la única solución era huir llevándonos todo el planeta, pero los localizadores se dañaron durante el ataque y en vez de trasladarnos a otro sistema, retrocedimos en el tiempo. Y ahora necesitaba ese satélite para que le proporcionara los datos de posición al instrumento de traslación, pero tú... tú... ¡Joder!, sólo quedan veinte segundos para que saltemos hacia el futuro sin control, y si la máquina no los recibe...-.

Sumido en la desesperación y sin tiempo ya para hacer nada, se me ocurre entonces una idea.

-¡Un momento! –exclamo aferrando sus hombros metálicos presa de la ansiedad. -¡Tú eres una máquina! ¡Te diseñaron los Guardianes del Universo! ¡Seguro que puedes enviar esos datos!-.

Faltan 5 segundos.

-¡El Rayo Omega está en Rannagar! ¡En el laboratorio de Sardath!-.

El Manhunter no ha movido un sólo resorte de su cuerpo mecánico desde que empecé mi aturullado discurso. De hecho, su rostro inexcrutable no muestra señal alguna de que haya entendido siquiera una parte de lo que le he explicado, y mucho menos, que vaya a hacer algo al respecto.

En el segundo anterior a que Rann inicie su viaje a través del no-tiempo decido que mis últimos pensamientos deberían ser para Alanna y Aleea, pero la repentina desaparición del Manhunter me convence de que ese momento ya ha pasado.

El agente de Oa ha desaparecido, sí, pero lo demás...

Giro a mi alrededor observándolo todo como un niño que descubre sus regalos la mañana de Navidad. El satélite sigue dando vueltas inservible, alejándose poco a poco. La lanzadera Volantis permanece donde la dejé, suspendida a unos diez metros. Rann ocupa todo el campo de visión bajo mis pies. Y sobre mí... estrellas que me resultan tremendamente familiares y cuya luz palidece ahora al surgir lentamente el disco amarillo de Alfa Centauri sobre la línea de horizonte del planeta.

El Manhunter ha hecho lo que le pedí, no me cabe duda: en el momento preciso, transmitió los datos que necesitaba la maquinaria del Rayo Omega para devolvernos a nuestra posición espacio-temporal original. Así que supongo que la bendita cafetera no estaba ignorándome después de todo. Lo más probable es que mientras yo le gritaba como un histérico, él accediera a la red ranniana de comunicaciones y contactara con el laboratorio de Sardath empleando esa maravilla de cerebro artificial diseñado por los Guardianes. Irónico, ¿verdad?: Rann salvado gracias a la intervención de un Manhunter.

Pero me temo que el momento de los vítores y las palmaditas en la espalda ya ha pasado. Activando los propulsores cohete de mi uniforme, me desplazo rápidamente hacia la lanzadera, y de nuevo en la butaca del navegante, configuro el sistema de ruta para devolver esta nave al puerto deportivo. Daría cualquier cosa por reunirme con Alanna y Aleea en este mismo instante, pero antes debo saber qué le ha ocurrido a esa familia que abandoné allí, y aunque me odien por lo que les he hecho, ayudarles si aún está en mi mano. Después de eso... Bueno, me dirijo hacia un planeta sumido en el caos donde el número de damnificados se cuenta por millones. Estoy seguro de que encontraré otras emergencias que atender.

La carrera contra el reloj nunca termina.

Fin
Referencias:
(2) John Stewart.
(3) El Tanque es una especie de cámara de aislamiento sensorial, que forma parte de uno de los ritos iniciáticos más antiguos de Rann.
(5) Sistema de teletransportación que permite a Adam Strange viajar desde la Tierra hasta Rann.
(6) Los Manhunters fueron el primer intento que realizaron Guadianes del Universo por crear una fuerza policial interestelar que combatiera el mal en todas sus formas.
(7) Los Manhunters terminaron rebelándose contra Oa, pero los Guardianes del Universo los detuvieron y acabaron con la mayoría de ellos.

2 comentarios:

  1. "Otro pendiente de la última actualización. No había leído a Jeronimo con antelasión, ¿ o si? no recuerdo, lo cierto es que ahora eso importa poco. La historia planteada aqui es realmente interesante, el narrador en primera persona le agrega un plus realmente interesante, que transmite la sensación de que el tiempo, cual agua o un sueño precioso, se nos escapa entre los dedos.

    Aun así, nos transmite la sensación de que aun hay esperanza. Pero a mi juicio el mayor logro es mostrarme a un heroe, como Strange, bien humano, más de lo que debe ser.

    Y por ultimo el mayor logro es que tendre que ir por el arco argumental recomendado.s En fin, tremendo relato. Esperamos saber más de Adam"

    Comentario publicado originalmente por el usuario "William Darkgates" con fecha 02/03/2013

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  2. “El presente especial marca el regreso de Jerónimo Thompson a las labores de autor dentro de Tierra-53 después de un paréntesis de tres años. Tengo que reconocer que resulta agradable tener de vuelta a antiguos autores, aunque Jerónimo ha sido de esos que no se ha alejado demasiado y es habitual encontrar reseñas suyas de los números que publicamos.

    Autor “completista” hasta el extremo (él es en gran parte responsable de que la continuidad DC-AT sea tan coherente y ordenada) ha decidido elegir para su regreso una historia que “remata” uno de los cabos sueltos que quedaron al final de su último arco argumental (“El ataque de los Hombres Halcón”). Nadie mejor que él para hacerlo puesto que, de este modo, le da su saga un más-que-adecuado cierre. Con la premisa de que Adam Strange tenga sólo un tiempo muy limitado para librar a Rann de su fatídico final, el autor crea una historia trepidante, trasmitiendo perfectamente el stress y el nerviosismo que inundan al héroe mientras ve como se va quedando sin tiempo. Me gustaría encontrarle alguna “pega” para que no suene a “peloteo” pero es que me ha gustado mucho. Escenas como las del “espacio-puerto” y, sobre todo, la escena final están muy bien logradas, logrando que te identifiques perfectamente con los sentimientos de los protagonistas…

    La portada es de Jose Baixauli, una genial portada llena de movimiento, muy acorde con el tono de “urgencia” de la historia. Muy buena.”

    Comentario que publiqué con fecha 07/02/2013

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